Sentado en frente a mi escritorio apenas iluminado por una lámpara ubicada no sin esfuerzo, entre libros, papeles, el teclado de la computadora, el teléfono quántico y un cenicero repleto de monedas, capuchones de biromes, (increíble que este adminículo sea una de las pocas cosas que permanecen inmodificables) llaves, tarjetas varias y todo tipo de objetos de la antigüedad que sin querer coleccionaba, vi el parpadeo luminoso en la Holopantalla como si fuese un metrónomo, avisándome que la conexión se había establecido con éxito y se encontraba a mi disposición.
Volví a sentir esa sensación
rara en el estómago. Mezcla de nervios, angustia y ansiedad. Lo mismo que
sentía cada vez que la iba a visitar al hospital.
Tenía que armarme de coraje,
respirar hondo y entrar a la habitación con una sonrisa y tratando de
transmitir optimismo, sabiendo que era en vano.
En la cama, apenas se la
divisaba entre sueros, cables de monitoreo y las enfermeras que controlaban sus
parámetros y le aplicaban la medicación.
Me enfado conmigo por pensar
en esto otra vez. ¿Qué sentido tiene? ¿A qué volver sobre esos días una y otra
vez?
Tratando de despejar mi mente.
Acerqué la silla, modifiqué mi postura poniéndome más firme, pero a la vez,
tratando de lucir relajado y sonriente, mientras con la voz más serena posible
(pues me escucharían del otro lado) die: “Conexión”.
Su rostro apareció frente a
mí. Alejé con mis manos la imagen para ubicarla a la distancia correcta y
pregunté.
- ¿Cómo estás? – Dije mientras la estudiaba. Hoy iba a ser un
día difícil…
- Maso – Me contestó, con una
voz que tardó en llegar a su registro habitual. Era un tanto robótico todo el
asunto, pero son las nimiedades habituales que ocasiona toda nueva tecnología. -
La verdad es que estoy un poco triste y enojada. –
- ¿Por? –
- Porque yo no soy así, vos me
conocés. Pero hace un tiempo que no me siento cómoda. Estoy malhumorada. ¿La
verdad? Me aburro. -
- Bueno gorda. Tenés que
armarte de paciencia. Sé que no es fácil. Ninguno de los dos está acostumbrado a
estar tanto tiempo separados. ¿Acaso no te quejabas que saliste de tu casa para
estar conmigo y nunca tuviste un tiempo para vos? – Le dije, tratando de sonar
chistoso y recurriendo a viejas bromas.
Ella apenas hizo una mueca y
esbozó un “Pa”, (Así me llamaba. Pronunciábamos nuestros nombres completos solo
cuando estábamos enojados) que sonaba a “no es momento”.
- Te extraño mucho y al gordo
también. ¿Te acordás cuando éramos novios y paseábamos por el centro? Siempre
te decía que, si me dejabas ahí, no sabía cómo volver. Vos amagabas dejarme
sola y eso me daba mucha angustia. Realmente tenía miedo de que te fueras. Qué boluda,
¿no? Tan verde siempre. Bueno, ahora me siento un poco así. Perdida y sin saber
cómo volver. -
- No
te enrosques con eso. Éramos chicos y yo muy pelotudo. Disculpáme. Sé que te
hice muchas. Que fui muy cruel sin querer, aunque muchas otras, queriendo. Sabés
que soy calentón y descontrolado. Te confieso que hoy, parado en mis años, me
cuesta entender porque buscaba pelea.
Herirte,
ponerte a prueba, son cosas típicas de pendejo, de inmaduro. Consecuencia del
miedo, también. Una especie de “no puede ser verdad que esta mina me quiera
tanto, algo escondido, hay”. Lo pienso y me indigno. ¡Pero qué imbécil! El
tema, es que después no hay remedio. Todas esas palabras y acciones dejan
huellas que uno se lleva a la eternidad.
Mirá,
sé que te embola la “blableta” como vos decís, pero al pensar en esto, recuerdo
los anillos en el interior de los troncos de los árboles. Cada herida, cada
desilusión, cada desengaño, cada insulto, se van acumulando de esa forma y por
más que una y mil veces uno se arrodille y pida perdón, ya no tiene remedio. Los
anillos están ahí, superponiéndose por capas. –
- No es para tanto. No te
pongas melodramático. Nadie obliga a nadie para que aguante lo que no debe. Yo
me quedé, yo permití. También tengo la culpa. Lo hice porque estaba segura que
te ibas a ir. Ahora me digo, ¡Que boluda! La verdad, es que te tendría que
haber mandado al carajo. (Por primera vez, hizo una mueca parecida a una
sonrisa) Pero la verdad es que siempre te quise tanto, te quiero tanto, que no
hice nada para modificar algunas cosas. Si hay culpas, es de los dos. Y como
vos decís, éramos chicos y yo, una boluda. En mi casa todo era para mi hermano.
A mí no me dejaban salir, no me dejaron ir a la facultad. Yo también pienso,
ahora, parada a estas alturas, que al principio fuiste mi salida de emergencia,
un escape. Eras tan mal llevado, pero tan libre, tan poco convencional, tan
apasionado. Compré como una tonta. Nunca tuviste idea de quién era yo
realmente; Mirabas tu propio ombligo y eso a mí me favorecía las cosas, me
eximía de mostrarte mi interior. Tenía miedo de ser hueca, al menos para vos.
Con tanto que tenías en esa cabeza, esa mente descontrolada que no paraba nunca
de crear, de tirar ideas, en fin, contenerte y tenerte adentro mío era un
sueño. Pero sí, la verdad es que muchas veces fuiste muy cruel. Un verdadero sorete.
Pero te quiero…-
Lo dijo levantando la cabeza. Hasta
allí había soltado su discurso con la mirada baja. Solo podía ver su cabeza, el
cuello y el principio de los hombros, pero juraría que mientras hilaba cada
palabra, tenía sus dedos entrelazados, retorciéndolos.
- Yo también te quiero. (Hice
el gesto de acercar la mano a la imagen como para acariciarla.) Acordáte el
mensaje que me enviaste desde el hospital. “Un poco de fe, che”. –
- Ahí todavía tenía fe en que las cosas iban
no te digo a cambiar, pero al menos, podríamos pelearla un poco más. –
- ¿Te parece que no la
peleamos? Aguantamos las mil y una, -
- Sí. Tenés razón, pero, para
lo que sirvió… -
Se hizo un silencio pesado. No
encontraba la forma de cambiar de tema, de animarla. No estaba acostumbrado.
Ella siempre fue la que me animaba a mí. Era todo espíritu, todo optimismo. La
mujer que tenía enfrente, está ¿cómo decirlo? decepcionada. Sí. Esa era la
palabra. Era alguien que se sentía engañada, estafada.
- Gorda, ¿Estás arrepentida? –
Arrojó un largo suspiro,
volvió a bajar la mirada.
- No, no. Es más bien
cansancio. No me hagas caso. Al final, mirá como se invierten los papeles.
Ahora soy yo la amargada y vos dándome ánimo, que no es precisamente tu fuerte.
–
Sonreí y dije:
- Estás casada con el Reverendo
Alegría. - Dije en referencia al
personaje de “Los Simpson”.
Allí si cambió un segundo a su
carita alegre mientras asentía.
- ¡Que Karma! ¿Qué hice para
merecer esto?
Por un instante fue ella
nuevamente. La carita pícara, los ojos brillantes.
- Bueno. Contáme un poco del
lugar. No me dijiste nada de lo que hacés, que viste… -
- Nada, Pa. Es un embole. Sí,
todo es muy lindo. Todos son muy buenos, copados, paz y amor y todo eso, pero
no es lo que esperaba. Hay jardines muy bonitos, unas flores que te caes de
traste, unos caminitos hermosos, fuentes de aguas de colores, mucha luz muy
blanca, muy brillante, A veces no podés mirar. Lo que pasa es que después de un
tiempo, por más lindo que sea, es muy repetitivo. No sé cómo matar el tiempo y
acá el tiempo corre muy lento, digámoslo. Yo lo que quiero es estar con
ustedes, los extraño mucho. Aparte, no tengo con quién pelear acá. (y me miró
fijo nuevamente) Tampoco hay viejas chismosas. Es muy soso en ese sentido. -
- ¿Y la música? ¿No tocaste?
¿No fuiste a ver a nadie conocido?
- Vi a un par de los que te
gustan a vos. Bien, como siempre. Se congrega mucha gente, pero a mí no me
llama mucho el tema. Sí, vi a un par de orquestas increíbles tocando Mozart y Beethoven,
dirigidas por quien ya te imaginarás, eso sí que es maravilloso. Tocaban sobre
una isla artificial rodeados de agua de un azul intenso, que te cortaba el
aliento. Después fui a una sala en dónde tenés a disposición un piano y me
saqué el gusto un largo rato. Ahí sí
disfruto, pero si no estás vos, si no están ustedes para compartirlo, no tiene
sentido. Al final, termino deprimiéndome y mufada. –
- Te repito: Tenés que tener
paciencia. No falta tanto para que me reúna con vos. -
- Lo sé. Pero me siento muy
egoísta al pensar en eso. Desear que vengas pronto. Es horrible y no es justo para
vos, que la estás luchando ahí. Es muy jodido para mí, pensar en eso. –
- ¿Vos querés o no, que te
vaya a ver? –
- ¡Cómo no voy a querer! Pero no
es justo para vos ni para el nene. No es justo.
La escuché sollozar. Se me
hizo un nudo en la garganta. Me sentí impotente por no poder abrazarla, decirle
que todo saldrá bien. La verdad es que ninguno de los dos se atrevía a mencionarlo,
pero no hay certeza alguna de que nos podamos reunir. Hay tantos factores en
danza…
- ¿Y los pichis? – Preguntó cambiando
de tema, consciente de aquello que los dos teníamos en mente.
Le conté de las novedades de
nuestros perros. Los nuevos y los que ya no están, cosa que la entristeció otra
vez, pero lo superó cuando supo de las peripecias que me toca vivir con los sinvergüenzas
caninos que ahora me acompañan.
- Son un amor. Al menos te hacen
compañía. –
Cuando iba a contestarle en
esta fase trivial de la charla, la imagen se achicó y pestañó, señal de que el tiempo
se agotaba.
Nos quedamos mirando y al
unísono soltamos un
- Bueno… -
- Perdón te interrumpí,
Decime, hablá vos - Nos dijimos mutuamente.
- En cualquier momento se
corta – Musitó.
- Sí. - dije con la misma
incomodidad del principio. La misma angustia que sentía cuando la dejaba a la
noche en aquella habitación de Hospital. –
- Te quiero mucho, Pa. Nunca
lo olvides. –
- Te quiero mucho, gorda.
Nunca lo dudes. –
Nos miramos fijamente hasta
que la imagen desapareció.
Resoplé y hundí mi estómago contra
el respaldo de la silla. Hoy fue realmente duro. Sentía piedras en el pecho. Me
costaba respirar.
Me levanté y fui al estante a
buscar mis remedios para la presión y el ansiolítico.
Me dirigí al baño y me miré en
el pequeño espejo sucio (si lo viera así, me caga a pedos) observándome
detenidamente. ¡Qué envejecido estoy! ¿Me reconocerá cuando me vea?
Luego volví al escritorio y me
puse a buscar cualquier cosa en la red mientras pensaba que, en los cinco años
que han pasado desde que falleció, nunca la vi tan caída, tan mal.
Voy a tener que estar mejor preparado para la próxima vez. Eso, si le queda energía para una próxima vez. En este mundo extraño y desapacible, de tanto avance tecnológico y atraso social, todo resulta impredecible.
Mis perros se pusieron a ladrar en el fondo de la casa, volviéndome a este lado del mundo. Las ranas cantaban bajo el cielo de verano de este barrio pobre en el que espero sin saber qué es lo que espero. Nuestro hijo duerme. Como dice él, mañana será otro día.
Voy a la cocina para calentar
el agua y tomarme el enésimo Té de la noche.
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