lunes, 8 de noviembre de 2021

VIAJE

Fue como una lluvia helada que la sorprendió en aquel Bar, mientras intentaba una cita fallida con otro espécimen masculino que no sabía cómo hablarle a una mujer y se repetía en aburrirla hablando de sí mismo o jugando al interrogatorio por los bordes de su personalidad, sin poder evitar las incontables pausas ni los silencios incómodos.

- ¿Qué estoy haciendo aquí? - se preguntó, como despertando de un mal sueño.

Él le hablaba de su trabajo, a falta de una conexión que le permitiese ganar confianza y pasar a temas más personales.

- ¿Dónde conocí a este tipo? - intentó recordar ella, mientras entrecerraba los ojos en un gesto que él, malinterpretó de interés.

- ¿Me disculpás? – le dijo al tiempo de levantarse del asiento girando hacia la salida, ante el estupor del pretendiente y la confusión que la ganaba.

¿Traje el auto? ¡Por favor no me digas que me arriesgué a subirme al auto de esta ameba insulsa! se dijo mientras hurgaba en la cartera y trataba de recordar, de armar un mapa de la situación, del cómo, cuándo y dónde.

Para su suerte y guiándose por la intuición, caminó hasta la esquina pasando nuevamente por el lugar en el cual aún permanecía el atribulado y fallido galán, tras lo cual decidió doblar a la izquierda y allí vio a su modesto pero fiel auto estacionado. Ese, que le permitía darse el gusto de llevarla sin inconvenientes por lejanas rutas, en las cuales se internaba sin rumbo ni plan.

- Me encanta manejar. Siento que transcurro en un espacio absolutamente mío, atemporal, en el cual puedo ver el nacimiento de paisajes que parecen brotar solo para mí. -

A su madre le causaría terror si aún viviese pero sin duda, la apoyaría. 

Su padre directamente, le retiraría la palabra al ver desafiada su autoridad hecha consejos:

- Una mujer sola en la ruta es suicida. Estás a merced de cualquier degenerado. ¿No te das cuenta que, si te pasa algo no tendríamos forma de encontrarte? ¿No pensás en tu madre? (Que era la forma de traspasarle sus temores a la esposa, que tenía mil veces más coraje y una mente mucho más abierta a los deseos de su hija)

Sus amigas en más o en menos, pensaban lo mismo, pero con cautela.

No querían pasar por “viejas” y le buscaban la vuelta por el lado de las obvias referencias sexuales.

- “Dale. Vos querés salir de reviente y tener un chongo en cada pueblo”. -

Entonces estallaban las risotadas y ella también reía, pero era una mueca pues nunca entendió cuál era la supuesta gracia de un comentario tan burdo y machista en boca de una mujer.

¿Entonces, es eso? ¿Una mujer no puede ni debe conducir en la noche bajo el suave sonido de un CD o la radio, dejando una rendija en la ventanilla para que, entre el frío aire de la noche; esa que regala estrellas que hace tanto tiempo han decidido ausentarse de las grandes ciudades?

- Que obtuso todo, pensó, al tiempo de invadirla una profunda depresión. -

Tiene que haber un hombre en la ecuación. Alguien que provea sexo, ternura, protección y loción para evitar los mosquitos. Y que entienda de mecánica para pagar dos veces más caro cualquier arreglo en un taller de pueblo donde le ven la cara al porteño y se le cagarán de risa a sus espaldas cuando se vaya.

Pero, ¿Sola? ¿En un viaje tan largo?

- En serio, che. - Dijo finalmente una de sus más allegadas. - Mirá si te pasa algo. - Esto último acompañado de una mirada ominosa, como si pensara en viajar al Averno a preguntarle por un buen hotel al Diablo.

Recobró la conciencia tras un concierto de bocinazos e insultos.

Había estacionado en medio de la calle a la altura de la entrada de su garaje.

¿Qué me pasa? - Pensó inquieta. - ¿Manejé hasta acá dormida? ¿Cómo una sonámbula?

Finalmente se introdujo en su hogar, subió a su cuarto y comenzó lentamente a sacarse la ropa.

Primero los zapatos, esos que le costaron una fortuna para torturarle los pies y sacarle el máximo de dolor, pero con glamour.

Luego el pequeño vestido que dejaba ver sus formidables piernas, los hombros proporcionados y el cuello delgado, todavía sin arrugas, esbelto, al cual muchos hombres querían treparse para apoyar sus labios y oler su perfume.

No llevaba soutien. - No están tan mal. Todavía no me las pateo. - se dijo e inmediatamente soltó una carcajada breve, por lo guarango de su pensamiento.

“Soy una nena riéndose de una bobada infantil” suspiró, y comenzó a quitarse el maquillaje.

Siempre le provocaba impresión hacerlo. Temía que su cara fuese desapareciendo tras el rubor, la base, el delineador, el lápiz de labios y todos los accesorios para transformarse en otra. Esa en la cual no se reconocía.

“Ahora me saco esto y queda un hueco en la mejilla”.

“Me quito los aros y caen las orejas”.

“Paso un suave paño por labios y piel y es como si borrara un dibujo”.

Tuvo un sobresalto. Temía abrir los ojos y que, por debajo de su nariz, solo permaneciese la nada.

Terminada la faena, se paró completamente desnuda y antes de dirigirse a tomar una ducha, observó su cuerpo.  - ¿Para qué me depilé? - y frenó allí el pensamiento para no tentarse nuevamente.

Abrió el paso del agua y comenzó el ritual de mezclar lo caliente y lo frío, para no quemarse, para no someterse a la traición helada.

- Es toda una alquimia, - barruntaba ya lista para tomar el gel de baño mientras de reojo localizaba el Champú.

- No me gusta el frío pese a que lo disfruto. ¡Qué gran contradicción! Creo que el infierno es un lugar frío y helado, cosa que realmente me atemoriza. Lo del fuego y el señor de los cuernos y el tridente, es otra de las tantas patrañas que nos vendieron. -

Entró nuevamente a la habitación envuelta en toallones incluido el proverbial turbante ad hoc. Lentamente eligió sus cremas hidratantes y comenzó a esparcirlas por su piel.

- Pero, ¡Me cacho! ¿Quién era el tipo con el cual me encontré? No encaja para nada con mis gustos en materia de hombres, aunque, pensándolo bien, últimamente son todos iguales: Uno más insulso que el otro.

Siento que es hora de emprender otro viaje. Sí. Mañana hago el bolso, cargo la heladerita con algunas cosas, le echo nafta a la maquinita y… ¡A volar! –

Con ese cálido pensamiento, se acostó para quedar profundamente dormida casi de inmediato.

Soñó que conducía por una ruta que serpenteaba un camino de montaña. Veía las ovejas en los campos aledaños, abajo, cerca del valle y si levantaba la vista, nubes grises ponían su empeño en ocultar las cumbres nevadas.

Sintió placer. Por primera vez en mucho tiempo. Y libertad. Fresca. De mate y bizcochitos. De risas y paradas en estaciones de servicio.  

De rostros curtidos y amabilidad pueblerina. De perros callejeros que le hacen fiesta a cada turista que baja, sin lograr que alguno se apiade y lo adopte.

Sintió la brisa en su cara y por reflejo sacó la mano debajo de la almohada que no era tal, era la ventanilla del viejo compañero de millas y millas y se acomodó el pelo y se puso los lentes de sol para que no la encandilen los rayos reflejados en las maravillas del lugar.  

Al día siguiente, su prima preocupada porque esperó en vano durante más de una hora que la pasara a buscar según lo acordado, llegó hasta su casa y arremetió con furia hacia el timbre. El silencio le provocó los peores presagios.

Giró en torno a la casa, pegó su rostro a las ventanas. Busco detectar un mínimo ruido que le indicara un movimiento, una presencia. Nada.

El Celular no respondía. Podía oírlo en el interior. Realmente sintió miedo.

Llamó a la policía que llamó a un cerrajero que primero no quería, que seguro no era nada, que no podía irrumpir pero que finalmente aceptó y abrió la puerta.

El auto estaba en el garaje. En la cocina había una taza de café por la mitad, ya frío y espeso. También un sándwich mordido en el cual revoloteaban un par de moscas. Se respiraba humedad en todos los ambientes.

Entraron a la habitación. Vieron la ropa en el piso, la cama deshecha, las cremas abiertas, las toallas tiradas por doquier, el equipo de maquillaje desparramado en el pequeño mueble con espejo.

En el baño, la ducha estaba abierta y el vapor todo lo empañaba.

Abrieron el Box con temor, como en la vieja y clásica película.

No había nadie.

El gel colgaba de una pequeña estantería de rejilla donde también reposaba el champú.

La ropa interior colgaba de una canilla. La pequeña alfombra antideslizante estaba apelmazada y pringosa.

La prima dijo algo de la habitación del contrafrente que solía usar de rincón de lectura, la cual tenía un balcón terraza que daba al jardín con pileta.

Vieron la puerta entreabierta, la cortina flameando por el viento y salieron agachándose, porque la persiana de enrollar se encontraba a la mitad.

Allí la vieron. Como una figura de Picasso en retorcida pose fusionada con el césped y parte del borde de la pileta. A su lado, pudieron distinguir un bolso de viaje y una heladerita.

Bajaron raudamente, pero sabían que era en vano.

Al acercarse vieron sus ojos abiertos como intentando abarcar tanto cielo. Tenía una sonrisa petrificada de absoluta felicidad.

El detalle que les llamó la atención entre tanto horror, fue la forma y posición de sus delicadas y largas manos.

Estaban a medio cerrar. Los pulgares levemente abiertos en simetría, separados del resto.

- Jefe – le dijo un agente a su superior – Usted disculpe, pero, ¿no le resulta familiar lo de las manos? –

El Jefe de calle, acomodando los pantalones que caían irremediablemente por debajo de su voluminoso abdomen, asintió con un leve gesto de su cabeza.

- Tal cual. Parece que estuviera manejando. - 

Y largaron una risotada que acallaron de inmediato ante la cercanía de la familiar quebrada en llanto.

Entonces procedieron a taparla con una lona, mientras esperaban a los peritos y se daba lugar a los procedimientos de rigor.   

sábado, 31 de julio de 2021

LO DIFÍCIL DE LOS SIGNOS DEL ZODÍACO

 


Me atrajo su rostro gatuno, su piel muy tersa y suave. La delicada línea de las manos y su afición a vestir polleras largas estilo hindú. (Me enloquecen las mujeres en polleras, parece obvio, pero ya casi no las usan)

No hablaba pavadas, sabía de música más que yo y cocinaba como los dioses.

Confesó dos hijas, una ya emancipada y agregando con mirada intensa, me arrojó una frase látigo; "Tengo muchas ganas de vivir".

Las mujeres. Esas brujas sabias. Irresistibles cuando juegan al misterio, cuando inclinan levemente la cabeza hacia un costado acomodando un mechón de pelo; Cuando se ruborizan al tiempo que sus ojos nos dominan definitivamente.

Siempre seremos niños para ellas. Nos han hecho, no tenemos secretos ni acertijos. Nos leen de primera mano.

Hicimos el amor con un nivel de éxtasis inédito para mí. Quería a esa mujer. Amaba recorrer su cuerpo, besarlo, deslizar la punta de mis dedos acariciándola, sentirla vibrar ante mí. Ver sus mejillas arrebatadas, el calor en su sexo volviéndome loco en el intento de evitar derramarme. Estaba en ella, tan profundo, tan intenso. No lo vi venir.

No vi el cuchillo, no le di importancia a la sangre. Pensé en sudores, en arañazos, lo de siempre. Hasta que el vértigo, el instinto de supervivencia por fin, logró despabilarme.

Era un filo pequeño, de plata. Como un bisturí con adornos y arabescos. Lo insertaba en mi espalda al ritmo de mis penetraciones. Suave, intenso, brutal, suave otra vez.

Sin saberlo, me encaminaba a morir feliz, como un chiste burdo de muchachos de barrio.

Su rostro era normal, el de una amante fogosa y complacida. Todo en ella, era el sumun de una mujer enamorada.

Lo absurdo de la situación, era que no podía detener mis embates. Al contrario, aceleraba más y más. Ella susurraba frases dulces o procaces en mi oído, como cualquier pareja “normal” (¿Qué es, la normalidad?).

Débil, casi sin fuerzas, rodé a un costado de la cama. Mis ojos imploraban un por qué.

- Es que sos Aries me dijo - Y los Aries siempre lastiman a las Géminis.

- ¿No te acordás? - En una vida anterior, me abandonaste y me suicidé por vos.

Me engañabas con cuanto par de tetas se te cruzaba. Yo dejé todo por vos. Mi trabajo, mis amigos, (porque encima me celabas hasta el hartazgo) mis clases de inglés, ¡hasta mis alumnos de piano! Eras imposible.

Y ahora lo supe en cuanto te vi y lo confirmé en el primer beso. Eras vos. Siempre fuiste vos y el solo hecho de pasar de nuevo por esa pesadilla me resultó insoportable. ¿Cómo me vuelvo a topar con el mismo hijo de puta una vida después? Nadie puede venir tan mal barajada en una reencarnación tras otra. Doña Irene, la brujita del almacén de la otra cuadra, me lo advirtió apenas te vio. “Ese hombre camina rodeado de oscuridad, Ana. Mucho cuidado con él”.

Y entonces obré en defensa propia. Además, sentí que me lo debías. Tenías que pagar por tanto daño, tanta mentira y despojo. -

Un mes en terapia, otro internado, cicatrices múltiples, amigos aterrorizados y burlones, me demoraron hasta que pude visitarla en el Psiquiátrico en donde la ley la obliga a cumplir sentencia pese a que no levanté cargos en su contra.

La visito todos los días y en todos los horarios permitidos. Hacemos planes para el futuro. Queremos viajar un poco, recuperar el tiempo perdido y envejecer juntos.

Mi familia apuesta a mi locura y sugiere que me interne en el mismo establecimiento.

- ¡Ojalá fuese ello posible! - manifesté.

Derrotados, decidieron desterrarme. Ya no habría asados domingueros, cumpleaños, bautismos ni casamientos para mí. Ni siquiera velorios. Me transformaron en un paria de barrio. La cruz de cada madre y padre “comme il faut”,

- Preferiría que seas puto, mira lo que te digo – Me dijo mi viejo.

Mi abogado mientras tanto, cobró sus honorarios y se encogió de hombros. Cosas peores debe haber visto en su profesión.

A quién desee escucharme, le digo lo mismo. Estoy en falta con ella desde otra vida. Seré caprichoso y egoísta. Bastante calentón y palurdo en casi todo, pero jamás abandono a mis amores. No señor.

Los Arianos bien sabido es, somos así.

lunes, 26 de abril de 2021



Veo tu rostro entre los pájaros que avanzan por delante de la tormenta, como un divino presagio, una caricia fugaz, un brindis entre las ruinas de aquello que fue.  


martes, 25 de agosto de 2020

CONEXIÓN

Sentado en frente a mi escritorio apenas iluminado por una lámpara ubicada no sin esfuerzo, entre libros, papeles, el teclado de la computadora, el teléfono quántico y un cenicero repleto de monedas, capuchones de biromes, (increíble que este adminículo sea una de las pocas cosas que permanecen inmodificables) llaves, tarjetas varias y todo tipo de objetos de la antigüedad que sin querer coleccionaba, vi el parpadeo luminoso en la Holopantalla como si fuese un metrónomo, avisándome que la conexión se había establecido con éxito y se encontraba a mi disposición.

Volví a sentir esa sensación rara en el estómago. Mezcla de nervios, angustia y ansiedad. Lo mismo que sentía cada vez que la iba a visitar al hospital.

Tenía que armarme de coraje, respirar hondo y entrar a la habitación con una sonrisa y tratando de transmitir optimismo, sabiendo que era en vano.

En la cama, apenas se la divisaba entre sueros, cables de monitoreo y las enfermeras que controlaban sus parámetros y le aplicaban la medicación.

Me enfado conmigo por pensar en esto otra vez. ¿Qué sentido tiene? ¿A qué volver sobre esos días una y otra vez?

Tratando de despejar mi mente. Acerqué la silla, modifiqué mi postura poniéndome más firme, pero a la vez, tratando de lucir relajado y sonriente, mientras con la voz más serena posible (pues me escucharían del otro lado) die: “Conexión”.

Su rostro apareció frente a mí. Alejé con mis manos la imagen para ubicarla a la distancia correcta y pregunté.

- ¿Cómo estás? –  Dije mientras la estudiaba. Hoy iba a ser un día difícil…

- Maso – Me contestó, con una voz que tardó en llegar a su registro habitual. Era un tanto robótico todo el asunto, pero son las nimiedades habituales que ocasiona toda nueva tecnología. - La verdad es que estoy un poco triste y enojada. –

- ¿Por? –

- Porque yo no soy así, vos me conocés. Pero hace un tiempo que no me siento cómoda. Estoy malhumorada. ¿La verdad? Me aburro. -  

- Bueno gorda. Tenés que armarte de paciencia. Sé que no es fácil. Ninguno de los dos está acostumbrado a estar tanto tiempo separados. ¿Acaso no te quejabas que saliste de tu casa para estar conmigo y nunca tuviste un tiempo para vos? – Le dije, tratando de sonar chistoso y recurriendo a viejas bromas.

Ella apenas hizo una mueca y esbozó un “Pa”, (Así me llamaba. Pronunciábamos nuestros nombres completos solo cuando estábamos enojados) que sonaba a “no es momento”.

- Te extraño mucho y al gordo también. ¿Te acordás cuando éramos novios y paseábamos por el centro? Siempre te decía que, si me dejabas ahí, no sabía cómo volver. Vos amagabas dejarme sola y eso me daba mucha angustia. Realmente tenía miedo de que te fueras. Qué boluda, ¿no? Tan verde siempre. Bueno, ahora me siento un poco así. Perdida y sin saber cómo volver. -

- No te enrosques con eso. Éramos chicos y yo muy pelotudo. Disculpáme. Sé que te hice muchas. Que fui muy cruel sin querer, aunque muchas otras, queriendo. Sabés que soy calentón y descontrolado. Te confieso que hoy, parado en mis años, me cuesta entender porque buscaba pelea.

Herirte, ponerte a prueba, son cosas típicas de pendejo, de inmaduro. Consecuencia del miedo, también. Una especie de “no puede ser verdad que esta mina me quiera tanto, algo escondido, hay”. Lo pienso y me indigno. ¡Pero qué imbécil! El tema, es que después no hay remedio. Todas esas palabras y acciones dejan huellas que uno se lleva a la eternidad.

Mirá, sé que te embola la “blableta” como vos decís, pero al pensar en esto, recuerdo los anillos en el interior de los troncos de los árboles. Cada herida, cada desilusión, cada desengaño, cada insulto, se van acumulando de esa forma y por más que una y mil veces uno se arrodille y pida perdón, ya no tiene remedio. Los anillos están ahí, superponiéndose por capas. –

- No es para tanto. No te pongas melodramático. Nadie obliga a nadie para que aguante lo que no debe. Yo me quedé, yo permití. También tengo la culpa. Lo hice porque estaba segura que te ibas a ir. Ahora me digo, ¡Que boluda! La verdad, es que te tendría que haber mandado al carajo. (Por primera vez, hizo una mueca parecida a una sonrisa) Pero la verdad es que siempre te quise tanto, te quiero tanto, que no hice nada para modificar algunas cosas. Si hay culpas, es de los dos. Y como vos decís, éramos chicos y yo, una boluda. En mi casa todo era para mi hermano. A mí no me dejaban salir, no me dejaron ir a la facultad. Yo también pienso, ahora, parada a estas alturas, que al principio fuiste mi salida de emergencia, un escape. Eras tan mal llevado, pero tan libre, tan poco convencional, tan apasionado. Compré como una tonta. Nunca tuviste idea de quién era yo realmente; Mirabas tu propio ombligo y eso a mí me favorecía las cosas, me eximía de mostrarte mi interior. Tenía miedo de ser hueca, al menos para vos. Con tanto que tenías en esa cabeza, esa mente descontrolada que no paraba nunca de crear, de tirar ideas, en fin, contenerte y tenerte adentro mío era un sueño. Pero sí, la verdad es que muchas veces fuiste muy cruel. Un verdadero sorete. Pero te quiero…-

Lo dijo levantando la cabeza. Hasta allí había soltado su discurso con la mirada baja. Solo podía ver su cabeza, el cuello y el principio de los hombros, pero juraría que mientras hilaba cada palabra, tenía sus dedos entrelazados, retorciéndolos.  

- Yo también te quiero. (Hice el gesto de acercar la mano a la imagen como para acariciarla.) Acordáte el mensaje que me enviaste desde el hospital. “Un poco de fe, che”. –

 - Ahí todavía tenía fe en que las cosas iban no te digo a cambiar, pero al menos, podríamos pelearla un poco más. –

- ¿Te parece que no la peleamos? Aguantamos las mil y una, -

- Sí. Tenés razón, pero, para lo que sirvió… -

Se hizo un silencio pesado. No encontraba la forma de cambiar de tema, de animarla. No estaba acostumbrado. Ella siempre fue la que me animaba a mí. Era todo espíritu, todo optimismo. La mujer que tenía enfrente, está ¿cómo decirlo? decepcionada. Sí. Esa era la palabra. Era alguien que se sentía engañada, estafada.

- Gorda, ¿Estás arrepentida? –

Arrojó un largo suspiro, volvió a bajar la mirada.

- No, no. Es más bien cansancio. No me hagas caso. Al final, mirá como se invierten los papeles. Ahora soy yo la amargada y vos dándome ánimo, que no es precisamente tu fuerte. –

Sonreí y dije:

- Estás casada con el Reverendo Alegría. -  Dije en referencia al personaje de “Los Simpson”.

Allí si cambió un segundo a su carita alegre mientras asentía.

- ¡Que Karma! ¿Qué hice para merecer esto?

Por un instante fue ella nuevamente. La carita pícara, los ojos brillantes.

- Bueno. Contáme un poco del lugar. No me dijiste nada de lo que hacés, que viste… -  

- Nada, Pa. Es un embole. Sí, todo es muy lindo. Todos son muy buenos, copados, paz y amor y todo eso, pero no es lo que esperaba. Hay jardines muy bonitos, unas flores que te caes de traste, unos caminitos hermosos, fuentes de aguas de colores, mucha luz muy blanca, muy brillante, A veces no podés mirar. Lo que pasa es que después de un tiempo, por más lindo que sea, es muy repetitivo. No sé cómo matar el tiempo y acá el tiempo corre muy lento, digámoslo. Yo lo que quiero es estar con ustedes, los extraño mucho. Aparte, no tengo con quién pelear acá. (y me miró fijo nuevamente) Tampoco hay viejas chismosas. Es muy soso en ese sentido. -

- ¿Y la música? ¿No tocaste? ¿No fuiste a ver a nadie conocido?

- Vi a un par de los que te gustan a vos. Bien, como siempre. Se congrega mucha gente, pero a mí no me llama mucho el tema. Sí, vi a un par de orquestas increíbles tocando Mozart y Beethoven, dirigidas por quien ya te imaginarás, eso sí que es maravilloso. Tocaban sobre una isla artificial rodeados de agua de un azul intenso, que te cortaba el aliento. Después fui a una sala en dónde tenés a disposición un piano y me saqué el gusto un largo rato.  Ahí sí disfruto, pero si no estás vos, si no están ustedes para compartirlo, no tiene sentido. Al final, termino deprimiéndome y mufada. –

- Te repito: Tenés que tener paciencia. No falta tanto para que me reúna con vos. -

- Lo sé. Pero me siento muy egoísta al pensar en eso. Desear que vengas pronto. Es horrible y no es justo para vos, que la estás luchando ahí. Es muy jodido para mí, pensar en eso. –

- ¿Vos querés o no, que te vaya a ver? –

- ¡Cómo no voy a querer! Pero no es justo para vos ni para el nene. No es justo.

La escuché sollozar. Se me hizo un nudo en la garganta. Me sentí impotente por no poder abrazarla, decirle que todo saldrá bien. La verdad es que ninguno de los dos se atrevía a mencionarlo, pero no hay certeza alguna de que nos podamos reunir. Hay tantos factores en danza…

- ¿Y los pichis? – Preguntó cambiando de tema, consciente de aquello que los dos teníamos en mente.  

Le conté de las novedades de nuestros perros. Los nuevos y los que ya no están, cosa que la entristeció otra vez, pero lo superó cuando supo de las peripecias que me toca vivir con los sinvergüenzas caninos que ahora me acompañan.

- Son un amor. Al menos te hacen compañía. –

Cuando iba a contestarle en esta fase trivial de la charla, la imagen se achicó y pestañó, señal de que el tiempo se agotaba.

Nos quedamos mirando y al unísono soltamos un

- Bueno… -

- Perdón te interrumpí, Decime, hablá vos -  Nos dijimos mutuamente.

- En cualquier momento se corta – Musitó.

- Sí. - dije con la misma incomodidad del principio. La misma angustia que sentía cuando la dejaba a la noche en aquella habitación de Hospital. –

- Te quiero mucho, Pa. Nunca lo olvides. –

- Te quiero mucho, gorda. Nunca lo dudes. –

Nos miramos fijamente hasta que la imagen desapareció.

Resoplé y hundí mi estómago contra el respaldo de la silla. Hoy fue realmente duro. Sentía piedras en el pecho. Me costaba respirar.

Me levanté y fui al estante a buscar mis remedios para la presión y el ansiolítico.

Me dirigí al baño y me miré en el pequeño espejo sucio (si lo viera así, me caga a pedos) observándome detenidamente. ¡Qué envejecido estoy! ¿Me reconocerá cuando me vea?

Luego volví al escritorio y me puse a buscar cualquier cosa en la red mientras pensaba que, en los cinco años que han pasado desde que falleció, nunca la vi tan caída, tan mal.

Voy a tener que estar mejor preparado para la próxima vez. Eso, si le queda energía para una próxima vez. En este mundo extraño y desapacible, de tanto avance tecnológico y atraso social, todo resulta impredecible. 

Mis perros se pusieron a ladrar en el fondo de la casa, volviéndome a este lado del mundo. Las ranas cantaban bajo el cielo de verano de este barrio pobre en el que espero sin saber qué es lo que espero. Nuestro hijo duerme. Como dice él, mañana será otro día.

Voy a la cocina para calentar el agua y tomarme el enésimo Té de la noche.

jueves, 16 de abril de 2020

"LA SEÑORITA ROSA" - DANIEL BREGUA

"LA SEÑORITA ROSA", forma parte de una serie de relatos breves de mi autoría.
La lectura del mismo, también se encuentra a mi cargo.

"LA SEÑORITA ROSA"