Nunca la odié tanto en mi vida. Realmente la
quería matar pero el tema es que soy uno de esos tipos criados a la antigua que
le tiene miedo a la infracción más pequeña. No obstante, quería despedazarla y
desperdigar su estúpida cara por todo el jardín en la eventualidad de que al
menos, sirviera de abono.
Ella estaba en la cocina y la tomé por detrás
y por sorpresa. La agarré del cuello y de un brazo y la arrastré hacia la pieza
empujándola sobre la cama. Comencé a desvestirla con furia, deseando rasgarle
las prendas y la piel. Me miraba sin entender con una sonrisa entre idiota y
perversa. Toda la situación lo era.
Cayó el corpiño, levanté sus piernas mientras
deslizaba su bombacha y su sexo quedo expuesto invitándome a la venganza.
Sin duda, pensó que era uno de tantos juegos
sexuales que hacíamos para combatir la rutina. Estaba inquieta pero expectante,
esperando mi siguiente paso.
No anduve con preliminares. Sentía el pecho
oprimido por tanta furia y desolación. No podía respirar de la angustia y el
hartazgo de toda una vida de miseria, de sueños incumplidos, de marchar
combativamente de fracaso en fracaso. Ella era la culpable. Era la blanda y
lujuriosa bolsa en la cual descargar mis golpes pero como dije, no quería
resultar tan obvio y decadente.
Como perro rabioso mordí su cuello y sus
pechos, me deslicé con rabia por su vientre, la penetré por delante y por
detrás tratando de provocarle todo el dolor posible. ¡Por favor! ¡Reaccioná que
quiero matarte y necesito algo de colaboración de tu parte!
Como si leyera mis pensamientos, comenzó a
retorcerse y sacudirse mientras me insultaba. Me pegó un cachetazo con una mano
libre mientras la otra clavaba sus uñas en mi pecho intentando frenarme. Cada
embestida era el émulo de un puñetazo y la embestí con desesperación una y otra
vez mientras pensaba, ¡Morite maldita! ¡Desaparecé de mi vida de una vez! y
seguía golpeando con mi pene, a fondo, fuerte, a matar...
Fue un combate de horas. No conseguía aplacar
mi furia y ella tenía un orgasmo tras otro lo que me enfurecía y aumentaba mi
locura porque lo veía como una burla. Yo la quería destruir y ella gozaba y se
reía. Finalmente, di todo el resto y asqueado salí de ella haciéndome a un lado
en la cama que a esas alturas, era una pila de sábanas mojadas y revueltas.
Nos quedamos largo rato en un silencio
quebrado solamente por el jadeo de nuestra respiración agitada. Cuando recobró
el habla, me pellizcó fuerte, yo la insulté de arriba abajo recordando todo su
árbol genealógico, ella me abofeteó y me dijo:
- No sé qué carajo te pasa pero esto fue lo
mejor en toda nuestra larga vida de casados._
Me levanté desnudo y sudoroso, me vestí a las
apuradas y salí a tomar aire. Ya en mi cabeza danzaba un nuevo plan ¿Maestro?
Al cerrar la puerta la oí cantar, pícara y divertida, mientras se duchaba.