1979, El salón del primer piso de los
Bomberos Voluntarios en Ramos Mejía estaba colmado como todos los fines de
semana. Cuidadosamente distribuidas junto a la pared se ubicaban las mesas en
las cuales las madres de las muchachas asistentes, apostaban sus puestos de
vigilancia. Sí, todavía en esa época y puntualmente en ese lugar, las chicas
iban a bailar acompañadas de su mamá, requisito ineludible para que los padres,
(que poniendo el ceño fruncido, por dentro disfrutaban de la noche del sábado
para ellos solos) imponían para dejar salir a sus niñas.
Él, tragó saliva y maldecía por dentro. “mirá
lo que estoy haciendo por esa piba” pensaba, mientras miraba el pobre clavel
maltratado que tenía entre sus manos. El amigo, al que tuvo que convencer con
chantajes y sobornos para que lo
acompañara, no cesaba de burlarse y
reírse a cuatro manos. La pose roquera, la ropa inadecuada, los pelos hasta la
mitad de la espalda y la cara roja como un tomate de vergüenza, no concordaban
en absoluto con la estética del lugar.
Mucho cadete militar, chicos de pelo bien corto y música disco matizada
con Camilo Sesto, Julio Iglesias y Franco Simone. En los lentos, algo de Bee Gees. El Dj siempre enganchaba una secuencia que
seguramente le resultaba el clímax del baile; “Último Tren a Londres”, “¿Crees
Que Soy Sexy”? y “Fui hecho para amarte”, de la ELO, Rod Stewart y Kiss,
respectivamente.
La cara de la dulce progenitora (que
realmente luego se descubrió como una señora más buena que el pan) cuándo lo
vio acercarse a la mesa, era todo un presagio de tormenta. Es que el
“compañerito” de colegio del nene, venía
a casa cada vez más seguido y rondaba a su bebé. Nada bueno podía salir de eso.
No le gustaba ese chico.
La carita de ella, era para ponerle un marco.
Una mezcla de excitación, sorpresa y
alegría por verlo allí, fuera de su
ámbito y tragándose su orgullo, nada más ni nada menos que para verla. Disimulando sin éxito la risa, aceptó la mano
tendida e ignorando al centinela, salió a bailar.
Él no sabía cómo justificar su presencia e
intento una charla banal cosa que no era precisamente su fuerte. Ella lo miraba
fijo, sonriente como diciendo “si claro, entiendo”. Todo era un juego en el
cual el muchacho estaba perdido, “¿la flor para quién es? soltó casi en una
carcajada haciendo notar la torpeza evidente de no habérsela dado de movida en
un gesto galante. Con la cara ya violeta e insultándose por dentro por ser tan
pavo, levantó su mano y acercándola a su
mejilla le dijo en plan romántico; “es para vos”. Ella finalmente estalló, ya
no podía contenerse más y comenzaron a reírse los dos en medio de la pista. Lo
abrazó muy fuerte y bailaron casi sin hablar, toda la noche. Solo se miraban a
los ojos.
En los lentos, utilizaron la estrategia de mezclarse
entre las parejas obstaculizando la visión del vigía y poder bailar más
apretados y quizá, si las estrellas se alineaban, poder besarse
El tema es que todos tenían el mismo objetivo
por lo que la muchedumbre se concentró en un pequeño círculo disputando los
giros y rotaciones codo a codo. Todos querían concretar esa noche. Para eso
estaban allí.
A esa altura, las buenas señoras se juntaban
a charlar entre ellas y se hacían las distraídas. Ya habían cumplido su papel.
Salvo algunas, a las que realmente les preocupaba el candidato y no estaban
dispuestas a ceder.
Al finalizar el baile en un gesto de
caballero, se ofreció a acompañar a las damas hasta su casa pretexto que lograba estirar la cercanía y
algún intento de última para concertar otra cita a la salida del colegio.
Cuándo todo terminó, el amigo le dio unas
palmadas en el hombro y gastó sus últimos cartuchos de cometarios ácidos. Luego
se fueron a tomar el café con leche con medialunas al “Odeón II” en la esquina
de Rivadavia y Avenida de Mayo.
Él, tenía en su ropa el perfume de ella y el
recuerdo fresco de la calidez de su mejilla y el sabor de sus labios
adolescentes. Por primera vez en su vida
se sentía feliz. extasiado.
No podía saber que esa noche cambiaría su
vida para siempre, que cuatro días después se pondrían de novios y caminarían
tomados de la mano durante treinta y cinco años.
Pero aquella madrugada, mientras miraba pasar
a la gente que salía de los boliches por la ventana del bar, algo le dijo que jamás volvería a estar
solo, que había ingresado en su vida un
ser especial.
Y todo ocurrió en ese lugar del que antes se burlaba, en un baile de
primavera.