martes, 25 de agosto de 2020

CONEXIÓN

Sentado en frente a mi escritorio apenas iluminado por una lámpara ubicada no sin esfuerzo, entre libros, papeles, el teclado de la computadora, el teléfono quántico y un cenicero repleto de monedas, capuchones de biromes, (increíble que este adminículo sea una de las pocas cosas que permanecen inmodificables) llaves, tarjetas varias y todo tipo de objetos de la antigüedad que sin querer coleccionaba, vi el parpadeo luminoso en la Holopantalla como si fuese un metrónomo, avisándome que la conexión se había establecido con éxito y se encontraba a mi disposición.

Volví a sentir esa sensación rara en el estómago. Mezcla de nervios, angustia y ansiedad. Lo mismo que sentía cada vez que la iba a visitar al hospital.

Tenía que armarme de coraje, respirar hondo y entrar a la habitación con una sonrisa y tratando de transmitir optimismo, sabiendo que era en vano.

En la cama, apenas se la divisaba entre sueros, cables de monitoreo y las enfermeras que controlaban sus parámetros y le aplicaban la medicación.

Me enfado conmigo por pensar en esto otra vez. ¿Qué sentido tiene? ¿A qué volver sobre esos días una y otra vez?

Tratando de despejar mi mente. Acerqué la silla, modifiqué mi postura poniéndome más firme, pero a la vez, tratando de lucir relajado y sonriente, mientras con la voz más serena posible (pues me escucharían del otro lado) die: “Conexión”.

Su rostro apareció frente a mí. Alejé con mis manos la imagen para ubicarla a la distancia correcta y pregunté.

- ¿Cómo estás? –  Dije mientras la estudiaba. Hoy iba a ser un día difícil…

- Maso – Me contestó, con una voz que tardó en llegar a su registro habitual. Era un tanto robótico todo el asunto, pero son las nimiedades habituales que ocasiona toda nueva tecnología. - La verdad es que estoy un poco triste y enojada. –

- ¿Por? –

- Porque yo no soy así, vos me conocés. Pero hace un tiempo que no me siento cómoda. Estoy malhumorada. ¿La verdad? Me aburro. -  

- Bueno gorda. Tenés que armarte de paciencia. Sé que no es fácil. Ninguno de los dos está acostumbrado a estar tanto tiempo separados. ¿Acaso no te quejabas que saliste de tu casa para estar conmigo y nunca tuviste un tiempo para vos? – Le dije, tratando de sonar chistoso y recurriendo a viejas bromas.

Ella apenas hizo una mueca y esbozó un “Pa”, (Así me llamaba. Pronunciábamos nuestros nombres completos solo cuando estábamos enojados) que sonaba a “no es momento”.

- Te extraño mucho y al gordo también. ¿Te acordás cuando éramos novios y paseábamos por el centro? Siempre te decía que, si me dejabas ahí, no sabía cómo volver. Vos amagabas dejarme sola y eso me daba mucha angustia. Realmente tenía miedo de que te fueras. Qué boluda, ¿no? Tan verde siempre. Bueno, ahora me siento un poco así. Perdida y sin saber cómo volver. -

- No te enrosques con eso. Éramos chicos y yo muy pelotudo. Disculpáme. Sé que te hice muchas. Que fui muy cruel sin querer, aunque muchas otras, queriendo. Sabés que soy calentón y descontrolado. Te confieso que hoy, parado en mis años, me cuesta entender porque buscaba pelea.

Herirte, ponerte a prueba, son cosas típicas de pendejo, de inmaduro. Consecuencia del miedo, también. Una especie de “no puede ser verdad que esta mina me quiera tanto, algo escondido, hay”. Lo pienso y me indigno. ¡Pero qué imbécil! El tema, es que después no hay remedio. Todas esas palabras y acciones dejan huellas que uno se lleva a la eternidad.

Mirá, sé que te embola la “blableta” como vos decís, pero al pensar en esto, recuerdo los anillos en el interior de los troncos de los árboles. Cada herida, cada desilusión, cada desengaño, cada insulto, se van acumulando de esa forma y por más que una y mil veces uno se arrodille y pida perdón, ya no tiene remedio. Los anillos están ahí, superponiéndose por capas. –

- No es para tanto. No te pongas melodramático. Nadie obliga a nadie para que aguante lo que no debe. Yo me quedé, yo permití. También tengo la culpa. Lo hice porque estaba segura que te ibas a ir. Ahora me digo, ¡Que boluda! La verdad, es que te tendría que haber mandado al carajo. (Por primera vez, hizo una mueca parecida a una sonrisa) Pero la verdad es que siempre te quise tanto, te quiero tanto, que no hice nada para modificar algunas cosas. Si hay culpas, es de los dos. Y como vos decís, éramos chicos y yo, una boluda. En mi casa todo era para mi hermano. A mí no me dejaban salir, no me dejaron ir a la facultad. Yo también pienso, ahora, parada a estas alturas, que al principio fuiste mi salida de emergencia, un escape. Eras tan mal llevado, pero tan libre, tan poco convencional, tan apasionado. Compré como una tonta. Nunca tuviste idea de quién era yo realmente; Mirabas tu propio ombligo y eso a mí me favorecía las cosas, me eximía de mostrarte mi interior. Tenía miedo de ser hueca, al menos para vos. Con tanto que tenías en esa cabeza, esa mente descontrolada que no paraba nunca de crear, de tirar ideas, en fin, contenerte y tenerte adentro mío era un sueño. Pero sí, la verdad es que muchas veces fuiste muy cruel. Un verdadero sorete. Pero te quiero…-

Lo dijo levantando la cabeza. Hasta allí había soltado su discurso con la mirada baja. Solo podía ver su cabeza, el cuello y el principio de los hombros, pero juraría que mientras hilaba cada palabra, tenía sus dedos entrelazados, retorciéndolos.  

- Yo también te quiero. (Hice el gesto de acercar la mano a la imagen como para acariciarla.) Acordáte el mensaje que me enviaste desde el hospital. “Un poco de fe, che”. –

 - Ahí todavía tenía fe en que las cosas iban no te digo a cambiar, pero al menos, podríamos pelearla un poco más. –

- ¿Te parece que no la peleamos? Aguantamos las mil y una, -

- Sí. Tenés razón, pero, para lo que sirvió… -

Se hizo un silencio pesado. No encontraba la forma de cambiar de tema, de animarla. No estaba acostumbrado. Ella siempre fue la que me animaba a mí. Era todo espíritu, todo optimismo. La mujer que tenía enfrente, está ¿cómo decirlo? decepcionada. Sí. Esa era la palabra. Era alguien que se sentía engañada, estafada.

- Gorda, ¿Estás arrepentida? –

Arrojó un largo suspiro, volvió a bajar la mirada.

- No, no. Es más bien cansancio. No me hagas caso. Al final, mirá como se invierten los papeles. Ahora soy yo la amargada y vos dándome ánimo, que no es precisamente tu fuerte. –

Sonreí y dije:

- Estás casada con el Reverendo Alegría. -  Dije en referencia al personaje de “Los Simpson”.

Allí si cambió un segundo a su carita alegre mientras asentía.

- ¡Que Karma! ¿Qué hice para merecer esto?

Por un instante fue ella nuevamente. La carita pícara, los ojos brillantes.

- Bueno. Contáme un poco del lugar. No me dijiste nada de lo que hacés, que viste… -  

- Nada, Pa. Es un embole. Sí, todo es muy lindo. Todos son muy buenos, copados, paz y amor y todo eso, pero no es lo que esperaba. Hay jardines muy bonitos, unas flores que te caes de traste, unos caminitos hermosos, fuentes de aguas de colores, mucha luz muy blanca, muy brillante, A veces no podés mirar. Lo que pasa es que después de un tiempo, por más lindo que sea, es muy repetitivo. No sé cómo matar el tiempo y acá el tiempo corre muy lento, digámoslo. Yo lo que quiero es estar con ustedes, los extraño mucho. Aparte, no tengo con quién pelear acá. (y me miró fijo nuevamente) Tampoco hay viejas chismosas. Es muy soso en ese sentido. -

- ¿Y la música? ¿No tocaste? ¿No fuiste a ver a nadie conocido?

- Vi a un par de los que te gustan a vos. Bien, como siempre. Se congrega mucha gente, pero a mí no me llama mucho el tema. Sí, vi a un par de orquestas increíbles tocando Mozart y Beethoven, dirigidas por quien ya te imaginarás, eso sí que es maravilloso. Tocaban sobre una isla artificial rodeados de agua de un azul intenso, que te cortaba el aliento. Después fui a una sala en dónde tenés a disposición un piano y me saqué el gusto un largo rato.  Ahí sí disfruto, pero si no estás vos, si no están ustedes para compartirlo, no tiene sentido. Al final, termino deprimiéndome y mufada. –

- Te repito: Tenés que tener paciencia. No falta tanto para que me reúna con vos. -

- Lo sé. Pero me siento muy egoísta al pensar en eso. Desear que vengas pronto. Es horrible y no es justo para vos, que la estás luchando ahí. Es muy jodido para mí, pensar en eso. –

- ¿Vos querés o no, que te vaya a ver? –

- ¡Cómo no voy a querer! Pero no es justo para vos ni para el nene. No es justo.

La escuché sollozar. Se me hizo un nudo en la garganta. Me sentí impotente por no poder abrazarla, decirle que todo saldrá bien. La verdad es que ninguno de los dos se atrevía a mencionarlo, pero no hay certeza alguna de que nos podamos reunir. Hay tantos factores en danza…

- ¿Y los pichis? – Preguntó cambiando de tema, consciente de aquello que los dos teníamos en mente.  

Le conté de las novedades de nuestros perros. Los nuevos y los que ya no están, cosa que la entristeció otra vez, pero lo superó cuando supo de las peripecias que me toca vivir con los sinvergüenzas caninos que ahora me acompañan.

- Son un amor. Al menos te hacen compañía. –

Cuando iba a contestarle en esta fase trivial de la charla, la imagen se achicó y pestañó, señal de que el tiempo se agotaba.

Nos quedamos mirando y al unísono soltamos un

- Bueno… -

- Perdón te interrumpí, Decime, hablá vos -  Nos dijimos mutuamente.

- En cualquier momento se corta – Musitó.

- Sí. - dije con la misma incomodidad del principio. La misma angustia que sentía cuando la dejaba a la noche en aquella habitación de Hospital. –

- Te quiero mucho, Pa. Nunca lo olvides. –

- Te quiero mucho, gorda. Nunca lo dudes. –

Nos miramos fijamente hasta que la imagen desapareció.

Resoplé y hundí mi estómago contra el respaldo de la silla. Hoy fue realmente duro. Sentía piedras en el pecho. Me costaba respirar.

Me levanté y fui al estante a buscar mis remedios para la presión y el ansiolítico.

Me dirigí al baño y me miré en el pequeño espejo sucio (si lo viera así, me caga a pedos) observándome detenidamente. ¡Qué envejecido estoy! ¿Me reconocerá cuando me vea?

Luego volví al escritorio y me puse a buscar cualquier cosa en la red mientras pensaba que, en los cinco años que han pasado desde que falleció, nunca la vi tan caída, tan mal.

Voy a tener que estar mejor preparado para la próxima vez. Eso, si le queda energía para una próxima vez. En este mundo extraño y desapacible, de tanto avance tecnológico y atraso social, todo resulta impredecible. 

Mis perros se pusieron a ladrar en el fondo de la casa, volviéndome a este lado del mundo. Las ranas cantaban bajo el cielo de verano de este barrio pobre en el que espero sin saber qué es lo que espero. Nuestro hijo duerme. Como dice él, mañana será otro día.

Voy a la cocina para calentar el agua y tomarme el enésimo Té de la noche.