Realmente,
no lo entiendo. Ven los noticieros a toda hora, todo el día y sin embargo lo
hacen. Se indignan en las redes sociales ante cada noticia trágica pero aun
así, no modifican su conducta. Debe ser
una especie de apuesta. Un juego negro desafiando a la parca mientras corren
sudando frío, buscando las llaves en la cartera, mirando en todas direcciones,
asomando la punta de sus deliciosas lenguas saboreando el triunfo. “Llegué,
piensan, gané otra vez.”
Y sin
embargo no. Por lo menos a esta deliciosa morena no le tocó. Fue fácil hacerlo.
Tengo una combi japonesa pequeña, del 94. Furgoncito azul noche que no llama la
atención, no tiene vidrios ni mucho menos, lujo alguno. Un móvil de trabajo, de
alguien más bien pobretón. Cuando me vio salir por la puerta lateral, el miedo
y la sorpresa fueron tan grandes que no atinó a gritar. Se paralizó como nos
sucede a muchos durante esas pesadillas horribles en las cuales se revienta el
pecho buscando aire, forzando el aliento pero el grito no sale. Solo la
desesperación hasta que, blancos como el papel y con el pijama empapado, nos
despertamos.
Lo
practiqué infinidad de veces y salió así. Mano a la boca, la otra con la
jeringa al cuello, abrazarla fuerte oprimiendo su pecho evitando la entrada de
oxígeno, susurrarle; “¡Shhhh, quieta dulce, sino será peor!” y llevarla como un
enamorado hasta el interior de mi pequeña van estacionada bajo la frondosa copa
de un árbol que la ciudad no poda, en una calle mal iluminada.
Ya en
casa es un juego. La deposito suavemente en la cama, la desvisto con ternura,
le quito con cuidado y respeto su ropa interior, acomodando todo en forma
prolija en una silla al costado, para luego sentarme a observarla con
detenimiento.
Es
hermosa no cabe duda. Dedica mucho tiempo a su piel e higiene personal.
Delicadamente depilada, piernas hermosas, una seda recorrerlas.
Ato sus
manos al respaldar y separo despaciosamente sus piernas. Sí, es dolorosamente
bella. Tranquilamente podría ser modelo o esas inclasificables súper damas insinuantes y escandalosas de la TV.
Entiendan
bien esto: No soy un depravado. ¡Por favor, no me vayan a confundir! Odio a los
degenerados. Esto es un experimento marinando en mí desde largo tiempo atrás.
Mi
obsesión es ver el alma de alguien en el
momento exacto de morir. Tengo que ser el primero. Averiguar cómo, cuándo y
dónde, esa energía abandona la carne proyectándose al infinito. Debo verla,
registrar el hecho y por supuesto, capturarla. ¡Se imaginan! Un congreso
atestado, mi humilde persona en el centro de la escena sosteniendo un frasco
diminuto o una probeta o plaqueta, lo que cuernos sea para contener nada más ni
nada menos que esa cosa refulgente en continuo movimiento a la que algún
atrevido osó otorgarle peso: 21 gramos. ¡Qué absurdo hombre! Cuando la capture
te diré realmente cuánto pesa. Me ofusca la falta de rigor científico.
Después
de todo, no es más que un parásito sofisticado. Muy inteligente, no cabe duda.
Si desean ponerse místicos podría ser
esa realmente, la partícula de DIOS.
El sujeto
no puede ser cualquier persona. Los viejos tienen poca energía y seguramente
son más cáscaras vacías que gente. (Nota: conseguirme un adulto mayor para
comprobar esto)
Nada
les debe quedar a los ancianos más allá de los achaques. No, lo que busco es materia
en movimiento. Un ente vivo ¡Obvio! Una centella reptante en el aire, pasando
de persona a persona. Aquello latente en los rincones de las salas de parto o
quizás, microscópicas bacterias yacentes en la intimidad femenina ¿Por qué no?
¿Los
hombres? No, somos rústicos. Burros de trabajo nada más. No, no y no. El
secreto y don de la vida está en ellas.
Los
niños no sirven. Es como como ingerir un fruto verde. Deben ser maravillas como
esta ninfa que está despertando, paralizada, sujeta a una cama al desnudo,
horrorizada pensando lo peor. ¡Si supiera! Vaya con la tonta, seguro cree que
la voy a violar. Eso me irrita lo confieso. ¿Les dije que odio a los
pervertidos?
Una
lágrima se desbarranca en el costado de su rostro. Quizás sea su forma de decir
adiós. La voy tocando, rozando apenas.
Se eriza la piel y el vello reacciona como si recibiera descargas eléctricas. La huelo, poso mi nariz cerca de su ombligo,
de su monte de venus. Subo a sus pechos olfateando como sabueso. ¿Estás ahí
maldita embaucadora? ¿Dónde te escondes?
La
muchacha intenta gemir, la droga es muy poderosa. Debo actuar rápido pues es
probable le produzca un paro cardíaco.
Su cuello, hum, ahí puede estar, es lo único en rápido y continuo movimiento.
Su mirada viaja a mis ojos. Casi me muestra la película de su vida para
conmoverme, para hacerme desistir. Niña, estás perdida. Lo siento.
Debo
ser puro. Me desvisto en cámara lenta, El río lloroso aumenta en ambas
mejillas. Lo hago por piedad, para completarla, darle calor. Me acuesto sobre
ella, su yugular es una montaña rusa. ¿Así que estás allí? ¿Es en ese río de
venas dónde has buscado refugio? Te haré salir. Muéstrate pequeña, fiu, fiu,
fiu, linda cachorrita, venga a papá, venga, no tenga miedo…
Mis
pestañas tocan las suyas. Nuestras pupilas se dilatan juntas centrándose,
fundiéndose en una. Quiero verla, debo verla. Seré el primero. Lo estoy
grabando todo con cámaras de ultra definición. He agregado sensores térmicos e infrarrojos.
Lo más sofisticado del mercado. El puto de la tienda pensó que era un chiflado
buscador de fantasmas. (Nota: Agendar la búsqueda de un homosexual para ver y
catalogar diferencias)
Ahora
sí, llegó el momento. Mi desnudez en la suya me incomoda pero debo darle calor
para que el hálito maldito no salga disparado de golpe. Además, nadie merece
morir con frío. ¡Brrr! La sola idea me aterra. Eso sí que es un horror. Para
mí, es el verdadero infierno. El oscuro y frío eterno. (Nota: ¿La muerte es
otro bicho pasible de captura? ¿Posible experimento doble?)
Bueno,
el tiempo se acaba. Siento el golpe del cuello en el mío. Me desconcentra un
poco la sal de la cara húmeda. Cierro mi mano sobre su garganta. Voy apretando
bien lento. Como haría con un pomo de dentífrico para evitar chorrearme. No debo
perder detalle. Pongo mis labios en su boca por las dudas. Así podría retenerla
si pasa algo inesperado. Cierro la mano, incremento la presión, lentamente,
¡Shhh! Pequeña ahora no, no puedo prestarte atención. Más, así… más, recorro
rápido todo, ¿Ojos? Nada. ¿Boca? No vino nada a mí aunque extraño, sentí su
lengua. ¿Intento de hablar? (Nota: Investigar este detalle) ¿Cuello?
Aquietándose. ¡Puta madre, maldita! ¡Ella se muere y no sales! ¿Te esconderás
hasta el final? ¡Basura!
Labios
pálidos. La mirada fija ya no me cuenta nada. Las venas no sobresalen. El calor
sólo proviene de mí. ¿La dejaste morir? Las circunstancias lo indican.
Me
retiro pudorosamente. Que conste no haberla mancillado. No la penetré ni puse
mis manos en sitios inapropiados. Lo de mi boca ya ha sido explicado.
De pie
junto al lecho me siento gigante. La veo desde las alturas. Su cuerpo ya no es
bello e incluso me repugna en cierta forma, lo cual es claro índice de fracaso.
Lo logró una vez más. Me ha burlado. De algún modo lo consiguió esa bastarda. La
hembra primigenia que nos habita y se escurre de mí y de todos siempre. Puta
leche.
En fin,
todos los grandes fracasaron una y otra vez hasta lograrlo.
Esto no
fue como esperaba.
(Nota:
Agendar unos días de descanso, revisar material fílmico y los sensores. Luego,
con las conclusiones debidas, volver a intentar)