sábado, 31 de julio de 2010

El Andador

Mi viejo lo molió a palos cuando nos sorprendió a puro manotazo y ardor en una esquina oscura, a un par de cuadras de mi casa. Nos agarró con las manos de él en mi entrepierna, las mías en su pene y mi bombacha caída en los tobillos con el vestido en el ombligo y del revés.
A mí, me llevó a puteadas y patadas en el culo hasta mi casa mientras me decía de todo. Puta, lógicamente, era lo más suave y la frase de inicio.
Luego el infierno. Los reproches a mi madre (siempre tienen la culpa) la respuesta de la vieja y ahora todos contra todos, mientras me ardían la vagina (por el franeleo), el culo (por las patadas) y la cara (por las piñas)
Finalmente, el viejo se fue dando un portazo y las cosas fueron insoportables  bastante tiempo. El suficiente al menos, para pegarme el escape de allí y buscarlo a Pablo, que muerto de susto, al menos eso pensé, no apareció más.
Y no apareció. No por el susto, sino por muerto. Así de simple. El día del escándalo salió corriendo y tres cuadras después, no vio a un micro de línea que para variar, venía atrasado y se lo llevó puesto.
El horror se instaló en las miradas de nada a la hora de almorzar y cenar, momento "familiar" por excelencia, sin que el ruido del sifón, del pingüino de cerámica  y los platos,  lograsen acallar la culpa.
Increíblemente, los filos agudos se dirigían a mi persona sin autocrítica alguna para el troglodita que originó tan estúpida tragedia. Los padres de Pablo, ni hablar. Me convertí en la puta más desdichada del barrio habida cuenta que lo era sin ejercer y con una muerte encima. Nada mal para una menor de 18.
Perdí la cuenta las veces que cambié de colegio. La fama me perseguía. Los varones me tocaban el traste y salían corriendo gritando "me voy a morir" cosa que les parecía de lo más graciosa mientras me hacían mierda por deporte con esa crueldad tan típica de los adolescentes.
Las chicas me trataban como leprosa. Nadie se me acercaba. Yo era "La puta". Esa que las madres señalaban a sus hijas advirtiéndoles seriamente lo que les iba a suceder si las veían conmigo.
Ya de grande, me casé y me separé como "DIOS manda". Recurrente con las peleas, insatisfecha con el sexo pues cada vez que me tocaban  el recuerdo y los golpes se me venían encima,  tenía siempre a mano la respuesta látigo para hacer doler. (nadie como tu pareja para clavar el aguijon donde más duele)
Me convertí con firme convicción en la cuarentona ácida y puteadora de hoy, cínica e indiferente. "Porque los hombres, incluso cuando quieren demostrar afecto, siempre te lastiman. Con algo roto, seguro salís" escuché una vez en la oficina, entre carcajadas femeninas a la hora del té.
Y la vida se va. mientras creemos que podemos frenarla sin aceptar que corre en dirección a nada bueno que se sepa. Cuando me dijeron que mi viejo había fallecido, no  malgasté una lágrima. Regresé a la esquina del incidente, esa donde nos encontrábamos de novios para darle espectáculo a la gente que pasaba y nos gritaba cosas. Esa misma gente que sin duda, puso sobre aviso a papá.
Sabía que Pablo iba a estar allí, con las manos en los bolsillos del jean gastado y el cigarrillo que no hacía juego con su carita de nene. Lo supe al instante de recibir la noticia.
Comenzó a besarme, a deslizar sus dedos en mi ropa interior bajándola suavemente mientras me recorría. Me susurraba cosas que no entendí. Sólo "amor" y "todo este tiempo" y yo decía "perdonáme" sin saber porqué,  pero lo repetía una y otra vez.
Me montó contra la pared con golpes furiosos hasta que acabó. Luego me acarició con sus labios  y me tocaba incrédulo y decía creo, "gracias" pero no a mí, no sé a quien, pero no a mí.
Me puso de cara a la pared, me mordió el cuello y comenzó otra vez mientras sentía su calor en mis nalgas y la sensación excitante y maravillosa de alguien que realmente te ama, que realmente, te desea. 
Mojada y exhausta lo acaricié y le dí un beso. Quedó una última frase de arrepentimiento y me fui llorando a mi casa. Esa que siempre está oscura y fría. Esa que sólo escucha mis pasos y en la que nadie me recibe ni responde cuando giro la llave de la puerta.
Prendí la luz de la cocina, llené la pava y puse el agua a calentar para tomarme unos mates. Mientras la miraba fijo como si eso pudiera acelerar el proceso, me dije que al día siguiente, iba a llevarle flores al cementerio.

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