lunes, 21 de septiembre de 2015

BAILE DE PRIMAVERA

1979, El salón del primer piso de los Bomberos Voluntarios en Ramos Mejía estaba colmado como todos los fines de semana. Cuidadosamente distribuidas junto a la pared se ubicaban las mesas en las cuales las madres de las muchachas asistentes, apostaban sus puestos de vigilancia. Sí, todavía en esa época y puntualmente en ese lugar, las chicas iban a bailar acompañadas de su mamá, requisito ineludible para que los padres, (que poniendo el ceño fruncido, por dentro disfrutaban de la noche del sábado para ellos solos) imponían para dejar salir a sus niñas.
Él, tragó saliva y maldecía por dentro. “mirá lo que estoy haciendo por esa piba” pensaba, mientras miraba el pobre clavel maltratado que tenía entre sus manos. El amigo, al que tuvo que convencer con chantajes y sobornos  para que lo acompañara, no cesaba  de burlarse y reírse a cuatro manos. La pose roquera, la ropa inadecuada, los pelos hasta la mitad de la espalda y la cara roja como un tomate de vergüenza, no concordaban en absoluto con la estética del lugar.  Mucho cadete militar, chicos de pelo bien corto y música disco matizada con Camilo Sesto, Julio Iglesias y Franco Simone. En los lentos,  algo de Bee Gees.  El Dj siempre enganchaba una secuencia que seguramente le resultaba el clímax del baile; “Último Tren a Londres”, “¿Crees Que Soy Sexy”? y “Fui hecho para amarte”, de la ELO, Rod Stewart y Kiss, respectivamente.
La cara de la dulce progenitora (que realmente luego se descubrió como una señora más buena que el pan) cuándo lo vio acercarse a la mesa, era todo un presagio de tormenta. Es que el “compañerito”  de colegio del nene, venía a casa cada vez más seguido y rondaba a su bebé. Nada bueno podía salir de eso. No le gustaba ese chico.
La carita de ella, era para ponerle un marco. Una mezcla de  excitación, sorpresa y alegría por verlo allí,  fuera de su ámbito y tragándose su orgullo, nada más ni nada menos que para verla.  Disimulando sin éxito la risa, aceptó la mano tendida e ignorando al centinela, salió a bailar.
Él no sabía cómo justificar su presencia e intento una charla banal cosa que no era precisamente su fuerte. Ella lo miraba fijo, sonriente como diciendo “si claro, entiendo”. Todo era un juego en el cual el muchacho estaba perdido, “¿la flor para quién es? soltó casi en una carcajada haciendo notar la torpeza evidente de no habérsela dado de movida en un gesto galante. Con la cara ya violeta e insultándose por dentro por ser tan pavo, levantó su mano y acercándola a  su mejilla le dijo en plan romántico; “es para vos”. Ella finalmente estalló, ya no podía contenerse más y comenzaron a reírse los dos en medio de la pista. Lo abrazó muy fuerte y bailaron casi sin hablar, toda la noche. Solo se miraban a los ojos.
En los lentos, utilizaron la estrategia de mezclarse entre las parejas obstaculizando la visión del vigía y poder bailar más apretados y quizá, si las estrellas se alineaban, poder besarse
El tema es que todos tenían el mismo objetivo por lo que la muchedumbre se concentró en un pequeño círculo disputando los giros y rotaciones codo a codo. Todos querían concretar esa noche. Para eso estaban allí.
A esa altura, las buenas señoras se juntaban a charlar entre ellas y se hacían las distraídas. Ya habían cumplido su papel. Salvo algunas, a las que realmente les preocupaba el candidato y no estaban dispuestas a ceder.  
Al finalizar el baile en un gesto de caballero, se ofreció a acompañar a las damas hasta su casa  pretexto que lograba estirar la cercanía y algún intento de última para concertar otra cita  a la salida del colegio.
Cuándo todo terminó, el amigo le dio unas palmadas en el hombro y gastó sus últimos cartuchos de cometarios ácidos. Luego se fueron a tomar el café con leche con medialunas al “Odeón II” en la esquina de Rivadavia y Avenida de Mayo.
Él, tenía en su ropa el perfume de ella y el recuerdo fresco de la calidez de su mejilla y el sabor de sus labios adolescentes.  Por primera vez en su vida se sentía feliz. extasiado.
No podía saber que esa noche cambiaría su vida para siempre, que cuatro días después se pondrían de novios y caminarían tomados de la mano durante treinta y cinco años.
Pero aquella madrugada, mientras miraba pasar a la gente que salía de los boliches por la ventana del  bar, algo le dijo que jamás volvería a estar solo, que había ingresado en su vida un  ser especial.

Y todo ocurrió en ese lugar  del que antes se burlaba, en un baile de primavera.

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