miércoles, 5 de junio de 2019

AGUA, ARENA, CASA, TODO EN UN NO LUGAR


Llegué a la playa, metí las manos en mis bolsillos, saqué unos billetes arrugados, monedas que ya no sirven y muchas pelusas. Caracoles que junté para ofrecérselos a la Virgen de Rocas Negras pero nunca más fui, porque vos ya no podías. Saqué un paquete de cigarrillos ajados y aplastados. Eran mentolados pero de eso poco y nada quedaba de tan viejos que eran. Prendí uno después de quince años sin fumar, me saqué los zapatos y las medias y caminé por la arena hasta la orilla de las olas que llegaban sin cesar. Era como si me estuvieses invitando y riendo. Sabés muy bien que hace décadas que no me meto en el mar. Junté espuma con las manos, escribí tu nombre mientras el agua iba y venía. Me quedé viéndolo hasta que la marea lentamente comenzó a borrarlo. Seguí sacando cosas de los bolsillos como mago de circo pobre, haciendo trucos que no le salen. Aparecieron recortes de diarios que hablaban de mí, de tiempos mejores, de cosas que hice y ya no importan. Apareció tu foto carnet en blanco y negro plastificada. La que te sacaste con rulos para entrar en un trabajo y que prolijamente odiabas. Yo la amaba y la amo. Le hablo todas las noches y pido por nuestro hijo y por mí. Es egoísta lo sé; ya has sido relevada de soportarme, de mis caprichos, de mi egoísmo y también de mi amor. Pero si decidieras no pasar de ello, podrías dejarme una señal en algún sitio impensado. casi como un juego secreto entre los dos. La mojadura llegó a mis tobillos y me dio frío. Miré hacia el horizonte como esperando algo, pero por supuesto, nada ocurrió. Me retiré hacia la arena seca, Los pocos paseantes me miraban raro y por un momento temí que llamaran a la policía. Sequé mis pies con un pañuelo y sacudí la arena con mis manos; Me puse las medias y las zapatillas viejas. junté de nuevo todo ese montón de nada y lo puse nuevamente en mis bolsillos, incluso la colilla de ese asqueroso cigarrillo que no debí haber fumado. Dejé muchas lágrimas y unos cuantos "te quiero, te extraño" y algún "no sé cuánto más". Me despedí como siempre con un "no me sueltes la mano, no me dejes solo" y me volví tras mis pasos a la ruta. "Que viejo loco", habrá pensado la pareja joven que paseaba a su perro.. "Los viejos todos están locos", se habrán dicho para sí, mientras ya enfilaban hacia la salida aburridos de andar en medio de la nada con temperaturas poco amigables. El perro se acercó a olfatearme mientras ellos apuraban el paso gritándole; no querían que siguiera a un extraño. Yo ya estaba en la ruta preguntándome que sentido tiene todo este asunto sumido en la típica filosofía barata de la depresión del atardecer, pero de todos modos, logré enfocarme en regresar, con mis ojos rojos por el frío y mi alma, su foto todavía entre mis manos y ese viento que golpeaba en el pecho de tal modo, que ni abrochándome el abrigo, pude menguar. 
Al llegar a casa, mi perra ya entrada en años, apenas si giró la cabeza para verme. El aire era húmedo y me apuré a encender la estufa. Guardé la foto en el cajón de lo que fue su mesa de luz y me cambié. Puse la pava a calentar y me senté a esperar para hacerme un té. Encendí la televisión y me quedé semidormido, perdido en mis pensamientos. Cuando reaccioné, la pava estaba negra y el agua se había evaporado. Resignado, me puse a limpiarla para intentarlo de nuevo. Afuera, la oscuridad llegó temprano como en cada invierno y el dolor de mi espalda me recordó que era hora de tomar la medicación. Me apuré a sentarme esta vez sí, con la infusión caliente en mis manos, cerca del calorcito que iba propagándose por el comedor, la perra a mis pies, y las voces de la TV que lentamente fueron conduciéndome nuevamente a un letargo reparador del que desperté tras un largo rato. Miré la hora. Era tiempo de preparar la cena. MI perra me miraba diciendo "es hora de comer". Y yo asentí y me puse a hablar solo y hablarle a ella haciendo voces ridículas, mientras preparaba uno de los dos o tres platos que sé hacer, pues realmente odio cocinar. 
Prendí las luces del fondo y del frente, corrí las cortinas para ya no ver nada del exterior y me dirigí por enésima vez, a la cocina. "Más vale me quede parado mientras esto termina de hacerse", pensé. "Un día de estos, voy a prender fuego la casa sin querer". Terminado todo y con la perra relamiéndose, lavé los platos y me senté frente a la computadora como todas las noches. Algo se me ocurrirá. Por lo pronto y como es costumbre, después de las doce y en los primeros minutos del nuevo día, me encontraba completamente desvelado. Busqué una buena canción en mis archivos, y me puse a escribir.

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