sábado, 28 de enero de 2012

EN CÍRCULOS

EL la quiso desde que la vio venir por la vereda de la vieja calle Bolivar. Carita de nena, como si todavía le avergonzara usar maquillaje. No pudo dejar de amarla pero inseguro, tuvo miedo y le decía: "Me puedo ir cuando quiera ¿No? Soy un espíritu libre y tengo grandes planes. No vas a llorar ni reclamar por mi partida". Ella lo miraba con ojos de enamorada, con luz y picardía y contestaba; "Siempre podrás irte cuando tú lo desees".
El le repetía la pregunta para recibir la tranquilizadora respuesta Era un juego y un pacto. Pasaron 32 años juntos, tuvieron hijos, la pelearon, afrontaron de todo y a todos. El ritual autoimpuesto continuó aún en los estrechos senderos del tiempo surcando las borrascas de pérdidas familiares o vientos de enfermedades agoreras que portaban oscuros presagios en las madrugadas del pánico
Hasta que un día, Él la miro profundo a los ojitos vivaces que asomaban detrás de los lentes, acarició conmovido las finas arrugas del rostro que amaba, pleno de paz... y le dijo; "Tengo mucho miedo gorda, no vas dejarme ahora que estoy viejo ¿verdad?" Ella quitó sus lentes, dirigió un mechón de su pelo hacía atrás como aquel día a los quince años cuando llegó hasta Él y lo miro profundamente tomándole de la mano besándolo como si fuera el último momento de su existencia. Mientras acariciaba enternecida a ese niño hombre que fue su pareja, su amigo, su amante, le susurró al oído. "Cada uno de tus pasos siempre te trajo hasta mí". "Y los míos amor, caminaron siempre a la par evitando tus extravíos, asegurando que regreses, sano y salvo."

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