El subte formó parte de la vida de mi familia. He
contado muchas veces que mi padre tenía un kiosco de diarios y revistas en la
estación Constitución de la línea "C" de subterráneos allí, justo en
la cabecera. Al principio era un cajón verde con una tabla que pasaba por
arriba de la banda de goma de la vieja escalera mecánica. Mi viejo; "Don
Norberto", (Así se llamaba también el puesto que todavía existe con el
mismo nombre pero ahora ubicado sobre la salida a la calle Brasil) bajó allí el
día de la inauguración en 1934 con sólo 11 años para vender al servicio de un
buen hombre que lo sabía huérfano de madre y con una dura historia familiar,
chocolatines "Noel". Siempre me contaba acerca de la
"CHADOPIF", la
Corporación Hispano - Argentina de Obras Públicas y Finanzas tal su nombre
completo, que llevó a cabo la obra. De hecho uno de los dos bares de la
estación se llamaba así. Al poco tiempo los chocolatines dejaron paso a los
diarios y la vida se llevó al samaritano
que salvó a mi viejo de las peleas por guita en tugurios de mala muerte (Amaba
el boxeo y se trenzaba como en las pelis, se metía con toda clase de buscavidas
a cagarse a palos en lugares de novela policial) dejándolo a cargo del puesto
hasta su venta al jubilarse. Su viejo, Don Hilario Bregua, con el que también se mataba a palos,
manejaba un Camión Internacional con ruedas macizas que llevaba el pescado del
puerto al centro. En ese ambiente creció y buscaba "sus rivales". Y
en el subte nada cambió, fueron históricas e icónicas las peleas que mi viejo
protagonizó a lo largo de toda su vida en ese túnel al que entraba a las 4:30
de la mañana para retirarse a las 21:30 todos los días de toda su vida. Sólo mi
tío hasta su muerte y mi hermano y yo a
su tiempo, lo reemplazábamos las horas
necesarias para que volviera desde Constitución a Ramos Mejía, comiera algo,
durmiese una siesta corta y listo, otra vez al "yugo". Entré
definitivamente en ese mundo increíble a los 14 años. Comencé vendiendo la
"Palermo" y "La Fija" los sábados y domingos a los burreros
de ley. Me fascinaba andar de madrugada acompañándolo al viejo, hacer ese
increíble recorrido para ir a buscar el "paquete" es decir los
diarios y revistas, trayecto que
ameritaba por sí una película negra que aún debe filmarse. Subíamos por la
escalera como si fuéramos al hall de la estación de trenes pero doblábamos
antes. De allí se entraba al baño de hombres se recorría todo el pasillo de
mingitorios y al terminar, había un hueco sin puerta que daba a los sótanos de
toda la estación Constitución. En esas cuevas (porque eso eran) se olía a grasa
y combustible y en una de ellas dos mujeres tremendamente masculinas de pucho
en boca, manejaban con mano de hierro a los vendedores. Eran las
"dueñas" del recorrido es decir, quienes llevaban la distribución de
diarios y revistas a todos los puestos dentro de determinada zona. Cada
"recorrido" tiene la suya.
Allí, en ese antro, veía a los changarines que bajaban a buscar los
carros para llevar valijas y encomiendas,
linyeras durmiendo, chicos mugrientos refugiados del frío, perros de la
calle y una hilera de bombitas con luz mortecina que se perdían hasta el fin.
Aprendí a recorrer esos túneles y a salir por los andenes del tren de
superficie; el uno, donde todavía se podía ver alguna locomotora a vapor o el
dos, del cual salían los trenes suburbanos. El 14 era para el tren de Mar del Plata y
Bariloche. Para un pibe como yo, eso era tener la llave de otra dimensión.
Fuimos testigos de la demolición que los milicos
hicieron de esas viejas escaleras mecánicas y de material para construir la
nueva salida. ¿Saben Uds. lo que es trabajar dentro de un túnel todos los días
durante un par de años con el ruido de taladros neumáticos, martillos, picos,
"trompitos" y demás? Un infierno. Por algo los tres varones quedamos
sordos. Y pasó la guerra de las Malvinas
y el subte abierto toda la noche, las hinchadas que arrasaban todo a su paso
cuando bajaban desde la superficie especialmente en aquella época, la de
Gimnasia y Esgrima de La Plata.
La recuperación democrática y mi escapada para ver
cuál de los dos llevó más gente en la 9 de Julio, Lúder o Alfonsín. Y la vida
que nos fue cambiando a todos. Ya no estaba más la disquería del pasaje Lima en
donde compré todos mis simples de rock y mi viejo se hizo viejo "en
serio". Lloró el día que cerró el kiosco por última vez. Repito, había
bajado allí con 11 años... Nunca me sentí tan culpable en la vida. Yo fui quien
encaró la venta para que tenga una jubilación digna. Y cuando brindábamos por una vida mejor,
Erman González con el cariño del
"Turco", nos cambió la guita por papelitos y nos dejó en pelotas para
siempre. Don Norberto no dijo nada, ni un reproche ni a mí ni a nadie. Murió 9
años después con una jubilación de $150 pesos + $50 de "subsidio a la
pobreza" viviendo de prestado en casa de mi hermana. Llevaré esa carga
hasta mi muerte. Y fin de la historia.
Fin de los viajes en subte todos los días. De hacer la combinación con la línea
"A" esa que ayer dijo basta para los viejos coches belgas. Esos
coches por los que todos se lamentan pero que estaban pintados y llenos de
grafitis de arriba a abajo en una postal vergonzante y decadente de un supuesto
amor que no es tal. Al ver a la gente sacándose fotos junto a los vagones, me
pareció ver en ellos una expresión fatal de suprema resignación, de hastío y
cansancio ante tanta mentira e hipocresía. Delegados declamando por la
conservación de coches depredados en túneles a los que solo ellos tienen
acceso. No es fácil ni rápido pintar un vagón de punta a punta...
Pensé en tantos viajes con y sin mi padre en esos
coches rumbo al trabajo. Pensé en cuanto adoraba los crujidos de la madera y
los ruidos y el bamboleo al tomar las curvas. El poder mirar los túneles en las
anchas ventanas del frente al lado del motorman. En calcular con justeza cuando
se podían abrir manualmente las puertas una vez que el guarda puso la clavija
de metal en la ranura para destrabar el aire que las cerraba. El correr a la
boletería antes de que el Sarmiento que salía de "abajo" se me fuera y evitar así el tener que subir
las escaleras y recorrer el largo tramo, salir a la superficie y entrar al
matadero de Once en la superficie. Llegar a mi Ramos Mejía sintiéndome un
superviviente, puteando porque en pocas horas el trajín se repetiría otra vez.
Todo es polvo del pasado. Como Bartolo el maniobrista de Constitución que
levantaba quiniela, Rodolfo Di Sarli el inolvidable relator de "Titanes En
El Ring" además viajante de comercio creo, y cliente de mi viejo con
"La Razón" y la "ficha" para el subte. (Mi padre daba ese
servicio a los clientes para que no pierdan tiempo en la cola de la boletería y
llegar tarde al trabajo) Rubén Juárez, el gran bandoneonista y cantor al que mi
viejo y otros dirigentes le dieron refugio y comida en el sindicato porque
vivía en la calle. Y tantos pero tantos
personajes de otro Buenos Aires. Jockeys, (Que tantos datos me han dado) Boxeadores, (Mi viejo me presentó a "Don
Pascual Pérez" el primer Campeón Mundial de Boxeo Argentino, que vivía en
forma humilde y tomaba todos los días el café con leche en uno de los bares) y personajes maravillosos que marcaron mi
existencia para siempre. Volví a la capital después de mucho tiempo el fin de
semana pasado. No pude bajar esta vez. Traicioné mi espíritu viajando en bondi.
No pude, ya no. No pude...
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