miércoles, 12 de febrero de 2014

RESPUESTA

Llegué del trabajo abatido, con fuerzas apenas para introducir las llaves.  Al entrar, me tomaron desprevenido.
La habitación se encontraba llena de lágrimas. Hacían mucho ruido realmente. No paraban de agitarse tratando de contar sus historias, todas  al mismo tiempo.
Con cuidado de no pisarlas me deslicé en zig – zag moviendo mis manos de arriba abajo en un  vano intento de calmarlas.
Aturdido y cansado me dejé caer en un sillón y todas ellas rodaron hasta mí para explicarse.
Hablaban de ausencia, desamor,  caricias olvidadas, palabras amargas y “te quieros” oxidados.
¡Ya no estás aquí, no te importa!  Bramaban a coro y al hacerlo, todas se elevaron unos centímetros del piso.
El televisor encendido pero sin sonido. La computadora  mostraba una carita feliz en una foto de perfil. Hacía ruiditos de notificación. ¿Has muerto ya? Si es así, no dejes de etiquetarnos.
El polvo  bailaba sobre rayos de luz. Las lágrimas no cesaban el parloteo. Pensando  en portazos y valijas en un taxi, la vi de cuclillas en un rincón  como nena en penitencia. Estaba desnuda de cara a la pared y me extrañé pensando en que hacía garabatos.
Pero no, en medio de espasmos de sal que corrían a reunirse con sus compañeras,  escribía en ángulos curiosos. Desde mi posición alcancé a distinguir algunas palabras. “Te quise”, “Mi vida por nada” y en el suelo junto al zócalo: “Me lo juraste”.
Puse mi rostro entre las manos y me abandoné al llanto. Le debía una respuesta.

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