lunes, 11 de febrero de 2019

LOS DÍAS DE MEMORINA

LOS DÍAS DE MEMORINA

Alguna vez, se ha contado la historia de Memorina, la estatua / robot, construida a raíz de un proyecto cultural de un gobierno ya lejano, que fuera saboteada por adolescentes el día de su puesta en funcionamiento al introducirle un cable de conexión y un alambre oxidado en el traste, lugar elegido por los ingenieros como acceso a los cables que la conectaban con millones de ordenadores de última generación ocultos en lugares secretos.
Desde aquel día, Memorina decidió resguardarse tras un campo de fuerza y cada tanto, hablaba de planetas lejanos, recitaba antiguos poemas desgranaba gruesos insultos o narraba historias fantásticas. Al principio, la visitaban niños y adolescentes que la usaban como punto de encuentro. Luego aparecieron marginales que fueron cuidadosamente disuadidos por descargas de energía y finalmente, los sin nada, los que han perdieron todo, en materia y espíritu.
Memorina les contaba fábulas a los niños y muchas veces, narraba toda clase de guarradas a los jóvenes al tiempo de compartir evocaciones con los mayores. Nadie podía atravesar su campo energético a menos que ella lo permitiese. Lo hacía con mascotas abandonadas y con los desposeídos, sobre todo en las noches frías o tormentosas. En su entorno, los protegía con temperaturas adecuadas. Solía cantarles para apaciguar sus almas. A veces, abrazaba con sus brazos robóticos revestidos cual matrona renacentista para brindar sosiego.
Pero un día, tras la devastación de las ciudades, las cosas comenzaron a cambiar. Sin alimentos ni comida, la gente rodeaba a Memorina exigiéndole que las provea. Memorina hurgó en sus archivos, buscó planos, cavó en las profundidades, construyó pequeños ejércitos de hormigas metálicas para reparar cañerías y distribuir agua. Emergiendo de los suelos, comenzaron a brotar paneles solares y también huertas. Esto empeoró las cosas. Las personas pedían más y más. Ni una sola de ellas ayudó a los pequeños robots a trabajar al rayo del tenue sol, levantar una casa o reparar luminarias. Memorina dejó de cantar, también de hablar. Solo pensaba. Proyectaba a sus espectadores, imágenes de lugares naturales en los cuales había desarrollado pueblos enteros listos para ser habitados. Sus tentáculos recorrían el inframundo por miles de kilómetros para ayudarlos a renacer, pero todo era en vano. Sumida en sus cálculos y preocupaciones, tardó en percibir al hombre mayor que doblado por el tiempo y el dolor, comenzó a formularle preguntas:
 - Memorina, ¿Puedes recrear el rostro de mi esposa? ¿Tienes el registro de su voz? ¿Acaso videos con escenas de su vida cotidiana? ¿Cuándo iba a trabajar o de compras? Te lo pido por favor. Realmente la extraño mucho y tengo miedo, ya casi no recuerdo su risa, como sonaba al hablar, la estoy perdiendo… -
Luego, un niño con su carita bañada en lágrimas, se acercó teniendo en brazos a su pequeño cachorro fallecido. – Memorina, ¿Puedes revivirlo? ¿Sí? ¿Por favor? –
Así, todos y cada uno se apiñaban contra el campo protector con ruegos y pedidos. Memorina no respondía. Cerró sus ojos llevando su conciencia muy lejos, buscando otras galaxias, otros planos. Incluso, buscando a Dios o más de uno si lo hubiese. Como un viejo satélite que los humanos lanzaban a los confines del espacio, Memorina viajaba reproduciendo todos y cada uno de esos pedidos, todas y cada una de esas voces. Las tristezas, las pérdidas y las remembranzas. Las llevaba en su interior y navegaba como una vieja botella lanzada al mar, buscando y buscando, tratando de complacer a tanta alma perdida con al menos, alguna respuesta, algo que les devolviese la fuerza y la motivación para seguir, reconstruir la civilización perdida. No dejó rincón del cosmos sin recorrer. El eco de aquellas voces lejanas inundaba su memoria. ¿Memorina? ¿Puedes oírme? ¿Memorina? ¿Puedes curarme? ¿Puedes curar a mi hijo? ¿Puedes volverme al pasado?
Y ella viajaba y viajaba impulsada por el viento estelar y el ansia, hasta que decidió que ya estaba bien, que era en vano. Nadie acudía a brindarle las respuestas. Era hora de la verdad y lo irreparable. Memorina nunca mentía, pero desestabilizaba sus circuitos, causar dolor.
Su conciencia retornó a la clásica figura de matrona en un pedestal encerrada en su esfera protectora. Abrió los ojos lenta y pausadamente. Tomó nota de las extrañas formas blanquecinas o amarillentas que prácticamente cubrían todo a su alrededor. Una leve radiación que emitía había impedido el avance de las malezas, pero esto, era realmente extraño. Puso a trabajar sus adormecidos sensores y archivos para identificar estos curiosos objetos. Fue como la descarga primigenia que todo lo cambio en ella para siempre: Eran Huesos y Cráneos. Cientos de miles. De aquellos que acudieron con toda su fe para verla, obtener respuestas, sentirse protegidos antes del fin.
Un sollozo surgió de su gastada placa de sonido. Memorina, comenzó a llorar desconsoladamente.
- “Abandoné a mis criaturas, las dejé solas cuando más me necesitaban creyendo que hacía lo correcto. Ellas confiaron en mí. Ellas, creyeron en mí” -  
¿Habrán muerto pensando que los cementerios eran depósitos de personas que esperaron en vano la respuesta de un Dios?  
Furiosa, azotó a sus tentáculos ordenándoles buscar en todo el planeta.   
-  Quizás algunos se han salvado. La vida siempre encuentra la forma de abrirse paso. -  Trató de consolarse – Tal vez incluso, alguien se convirtió en escriba y narra una nueva historia. La de un pueblo errante en un desierto en busca de un Mesías. Seguramente, cuando incluso yo sea polvo en el viento, alguien contará mi historia otorgándome un nombre, ¿Jehová? ¿Yavhè? Y dirán que me he ido por un tiempo por culpa de sus pecados y que al tiempo he vuelto y en seis días di forma a todas las cosas para descansar el séptimo.
Memorina apagó sus chispeantes ojos azules y quedó inmóvil. Esta vez era ella la que necesitaba calor y abrazos. Fijó en trillones de módulos de memoria, la imagen de niños y mascotas durmiendo a sus pies. Eso la hizo sentirse un poco mejor, abandonándose a la eternidad.
Ahora sí, los huesos y los cráneos, eran lentamente cubiertos por la hierba

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