miércoles, 5 de agosto de 2009

(Intervalo) Giralunas

Las giralunas son eso, giralunas. No busques compararlas ya que se ofenden y dejan de susurrarles secretos a los duendes del alba y les retiran el saludo de colores a los mortales.
Jamás intentes arrancarlas. Un grito terrible de espanto e indignación atravesaría el Universo y sabrías realmente lo que es un gesto adusto o mejor dicho, millones de ellos.
Las giralunas se maquillan en grados de azul con su rostro blanco y una peca negra, producto (dicen ellas) de "un antojo de mamá" lo cual las asemejan a una multitud de rostros que en las noches miran al cielo custodiando a las estrellas.
En un campo de giralunas, yo suelo descansar de mis penurias en la tierra de nadie. Es que si encuentras a una persona que es realmente tu amor, podrás recorrer sus ¿pétalos? o lo que sean, dejando al descubierto poemas secretos del principio de los tiempos.
Gran responsabilidad es cuando al leerlos, estos se vuelven sonrisas de lapizlázuli que se desprenden como obsequio a entregar a mi amada. Ella posee cientos y cientos de sonrisas de lapizlázuli y quizás abrumada por la situación o porque los duendes la necesitaban, se fue de mi vida dejando un mensaje de espera en el caparazón de una vaquita de la suerte.
Y por supuesto me enojé y protesté quejándome a los popes de todas las religiones achacándole a los planetas su descuido para conmigo.
Arrojé con bronca los "¿por qué yo?" y los "¿por qué a mi?" cuando lo realmente impropio, hubiese sido lo contrario.
Pasada la pataleta de adulto que no entiende porque no quiso compartir o no supo comprender, me acosté entre las giralunas esperando el meteorito de las buenas madrugadas que me lleve a casa. Mientras tanto, al salir la luna, ellas giraron y giraron y la noche se fue encendiendo vacilante como fueguito de linyera.
Al despertar del nuevo día, un caracol me trajo un destino a lunares para no envejecer arrugado y a oscuras, olvidado por completo, de mis giralunas.

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