Me encontré en el bar con mis amigos como todos los
viernes después del trabajo. Todos llevábamos nuestras escafandras sport para
disfrutar de la reserva de oxígeno suplementaria incongruente con el deseo de
fumar el cigarrillo digital para calmar la ansiedad.
Mientras por wifi-frecuencia parloteábamos de
fútbol, política y esas cosas, miré como siempre lo hacía, por la ventana que
da a "la ochava" como decía mi viejo en un término más que antiguo.
Por allí venía la manifestación de las 18:30 demorada por los incidentes
producidos por la anterior de las 17:00. Ya nadie respeta nada. Si hasta
incluso, queman dos veces las mismas cosas. En fin. Creo que me estoy poniendo
viejo y criticón. Ya todo me da por las pelotas.
Pagué mi parte, saludé hasta el otro finde y subí al
metro- aero- bus (el aeroblues, popularmente, en tributo a una vieja banda de
un viejo músico local) único transporte que puede sortear paros,
movilizaciones, piquetes y barricadas, para tratar de arribar a mi casa a
tiempo.
¿A tiempo para qué? Si estoy sólo. Gabriela no
quiere saber nada de convivencias y pasa más tiempo viajando y contándome
maravillas inaccesibles para mí que otra cosa. Cuando vuelve me dispensa sexo
furioso, maratónico y superficial, para demostrarme "cuanto me
necesita". Apenas acabé fui al baño y al volver ya se había ido. Me dejo
un simpático juguete, novedad del momento: "Labios que arrojan besos"
una cosa infame que vibra por donde la dejes haciendo "chuick" y
esbozando un metálico y chirriante "Te Quiero" cada 5 segundos
exactos.
Me puse loco, no sabía cómo apagarlo y lo mandé a la
mierda de una patada por la ventana. Me arrepentí en seguida. Inmediatamente golpeó
la puerta la vigilancia barrial para devolverme el cacharro y plantarme una
multa más el sermón. En la ocasión el "patrullero" era Don Eladio, el
viejo alcahuete, encargado de la pensión de minas de la otra manzana.
Un viejo pervertido que daba alojamiento a mujeres
perdidas a cambio de algún toqueteo y algo de franela, junto a la mensualidad
de rigor. Una obviedad reiterada hasta el fin de los tiempos. Reprimí la idea
de patearle las bolas. Sería peor, iría preso de por vida.
De pronto se encendió la telepared, (siempre lo
hacía sola, estaba programada por el gobierno) "Hermanos, Compatriotas,
Héroes míos..." y seguía una larguísima perorata de supuestos logros en
nuestra calidad de vida al tiempo que en la calle, el humo de los coches quemados
y los comercios saqueados, ornamentaban la situación. ¿Esto no lo había leído
antes? ¿Orwell? ¿No era ficción de la década del 40?
Comenzaron a dolerme los oídos. La pantalla Mil - D
envolvía la habitación y se mezclaban bailarinas semi - desnudas del show de
Lacralli con el Tsunami que se tragó lo que quedaba del sudeste asiático más el
volcán que se llevó a nuestros vecinos y parte de nuestra zona sur. Todo con
formas, colores, brillos, perfumes y a un volumen infernal.
Me di cuenta que estaba llorando. En la cama los
labios hacían "chuick, chuick, te quiero" y en la palma de mi mano,
(convertida por buenos pesos en pantalla táctil) brillaba un mensaje de
Gabriela, junto a una captura de su figura desnuda en una cama de Roma: ¿Me
extrañas Bombón? ¡No veo la hora de estar con vos!
Quedé mirándome la mano como un idiota. A un
costado, cerca de la línea de la suerte, unos milímetros debajo de la teta
izquierda de mi novia, me pareció ver la sombra de algo típicamente masculino.
Cerré el puño para apagarla. Mis lágrimas formaban
sensacionales juegos de colores interactuando con la TV.
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